En los últimos tiempos, seguramente porque gran parte de la ciudadanía percibe que los separatistas están socavando el régimen constitucional de 1978, parece haberse desatado un movimiento de signo contrario en el que el "motivo conductor" es proclamar el amor a España, sin que ello sea percibido políticamente como un patrioterismo trasnochado.

Soy consciente de que el tema de los sentimientos es vidrioso porque nos situamos en los estados el alma y éstos son siempre difícilmente controlables. Se quiere o no se quiere según que el estado del alma sea afectivo o no. Pero el corazón no obedece a la razón por el simple hecho de que ésta considere conveniente predisponer el sentimiento del amor a favor de algo o alguien. Lo que quiero decir es que lo que en verdad amamos no es consecuencia de una conveniencia sino de los indomables impulsos de nuestro corazón.

En mi caso personal, siento amor por la España constitucional y, aunque, de acuerdo con lo que antecede no tendría por qué justificar mi sentimiento, voy a exponer en las líneas que siguen las razones que me llevan a amar la España constitucional en la que tengo el privilegio de vivir.

Me identifico con la voluntad de la Nación española que proclama el Preámbulo de la Constitución, de la que destaco el deseo de "garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y las leyes" y el propósito de "consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular". Convivencia democrática e imperio de le ley como expresión de la voluntad popular son dos pilares del andamiaje constitucional difícilmente mejorables.

Estoy completamente de acuerdo con los principios sentados en el Título Preliminar, entre los que considero especialmente reseñables que España es un Estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Y muestro mi total conformidad con que la soberanía nacional resida en el pueblo español en su conjunto y con que la forma política del Estado sea la Monarquía parlamentaria. En nuestros convulsos días, el "apartidismo" de la Monarquía parlamentaria y su no sumisión al mercadeo de los votos son elementos configuradores de la institución que dota de estabilidad al sistema democrático.

Estoy de acuerdo con la indisoluble unidad de la Nación española y con el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas; con que el castellano sea la legua oficial del Estado y con que las demás lenguas sean oficiales en sus Comunidades; así como que hay una bandera de España y banderas y enseñas de Comunidades Autónomas. Finalmente, considero esenciales los derechos y libertades que proclama la Constitución, especialmente los de igualdad, libertad de expresión y de comunicar y recibir libremente información, el derecho reunión pacífica, el de educación y el de la tutela efectiva de los jueces y tribunales.

Asumo que todos debemos contribuir al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con nuestra capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad y sin que pueda tener carácter confiscatorio. Coincido en el reconocimiento de los derechos a la propiedad privada y a la herencia, así como en la libertad de empresa en el marco de una economía de mercado. Y me parecen totalmente aceptables los principios rectores de nuestra política social y económica de fomentar el progreso social y económico para que haya una distribución de la renta regional y personal equitativa, orientar la política económica al pleno empleo, proteger el derecho a la salud, y promover y tutelar el acceso a la cultura, así como a la ciencia y a la investigación en beneficio del interés general.

Cuanto hasta aquí llevo escrito figura recogido expresamente en la Constitución de 1978 y, aunque es verdad que muchas normas son más declaraciones programáticas que normas positivas, cuyo cumplimiento sea inmediatamente exigible, pienso que vivo en un país con un ordenamiento constitucional sumamente avanzado y en el que me siento tan libre que no puede menos que amar intensamente a la España que ha diseñado nuestro texto constitucional.

La enorme diversidad del ser humano hace que haya otros ciudadanos españoles que no estén de acuerdo con este andamiaje jurídico. Comprendo también que haya quienes no quieren a la España constitucional. Lo que me cuesta mucho más es entender que haya algunos que la odien. Y es que como escribió William Shakespeare "La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro".