Volvía yo en coche a casa tras haber participado en una merendola que celebraba el cumpleaños de un mi nieto. Había consistido en una chocolatada espléndida, con sus alfajores, sus churros para mojar, el alborozo infantil y la conversación sosegada de los mayores. Retengan ustedes el detalle del chocolate, un espléndido grano de cacao, diluido en la precisa proporción de leche, algo que quitaba el sentido de rico que estaba. Así de reconfortado retornaba yo al dulce hogar cuando, al salir de una rotonda, me topé con un operativo de la Policía Local, sus luces, sus conos y sus indicaciones para que me pusiera a la cola de otros vehículos que me precedían, pues se había establecido un control de alcoholemia en tal lugar. Obedecí la orden, soplé, di el resultado negativo preceptivo y me disponía a proseguir la marcha en el momento en que fui reconocido por el agente al mando. Había sido alumno mío y no malo, me saludó con respeto y se explicó amable:

-Me acuerdo mucho de sus clases, don Francisco. Eran muy amenas. Me alegro de saludarlo. Disculpe las molestias, es nuestro trabajo, qué le voy a contar. ¿Todo bien?

Ahí debía yo haber respondido con laconismo castrense, asegurar que todo me iba de cine y despedirme deseándole buen servicio. Pero tuvo que asaltarme ese demonio metepatas que nunca me abandona, el muy canalla.

-Todo bien, muchas gracias. No pasa nada, solo faltaba. Menos mal que era control de alcohol solamente, porque si me hacéis la prueba del chocolate, el aparato hubiese estallado, porque me he puesto hasta arriba de chocolate, qué barbaridad, me vuelve loco el chocolate.

Solo cuando vi cómo se le mudaba la color al agente exalumno, cómo de hito en hito me miraba, cómo retrocedía unos pasos y me indicaba con gesto perentorio que siguiera viaje, solo entonces caí en la cuenta de que "chocolate" es sinónimo de porro, de hachís, de peta, de canuto, de cigarrillo de la risa. Aún veo su cara de desconcierto mientras metía yo la primera velocidad y me trataba de explicar poniendo las cosas aún peor:

-Es que vengo del cumple de mi nieto y nos metimos chocolate a tope, ya sabes, quiero decir, chocolate del bueno, no te vayas a pensar, así estoy de eufórico, ja, ja, ja, qué tarde hemos pasado, ya te digo, no hay nada como un buen chocolate.

Arruiné mi reputación profesoral por el malentendido. Ocurrió hace tiempo, pero todavía temo encontrarme al hombre por la calle.

Esto que ustedes acaban de leer es una anécdota, un relato breve de un hecho curioso hecho como entretenimiento. Tardaría en contarse de viva voz unos tres minutos. Precisaría de su ritmo, tono, gradación, pausas, gestos... Precisaría de todo aquello que se ha ido al garete por culpa de esa peste que es la prisa inútil, esa fiebre que nos acosa por todas partes y que consiste en correr para llegar tarde a ningún sitio. La anécdota bien reposada y servida ha muerto a golpe de memes majaderos, de chateo banal y subnormal, del tintineo guasapero urgentísimo que ni enriquece, ni divierte, ni maldita gracia que tiene. La charla trufada de anécdotas que tantas amistades cimentó es hoy una apurada explosión de chuminadas expelidas por el puto móvil. Se me da una higa ser considerado viejuno batallitas cebolleta y nostálgico, pues calumnia sería. Pero si el progreso era esto, ya puede irse al carajo. Quiero escuchar y compartir en buena lengua y buen humor y cara a cara. Cambio pelo a pelo todos los memes que ahora mismo urden los onanistas mudos de mente de la Red por que alguien me narre la carcajeante anécdota en que un parroquiano le dice a otro:

-José Tomás es un torero impresionante. Una vez me puso los huevos aquí. „Se toca la nuca„.

-Sería aquí. „Se toca su amigo la garganta„.

-No, aquí „vuelve a tocarse la nuca„. Es que lo saqué a hombros de la plaza.