En la ciudad donde resido el alcalde actual se ha emocionado al anunciar que deja la política para volver a su plaza de profesor universitario tras cuatro años de mandato. La candidatura que el presidía (Marea Atlántica) fue superada en las urnas por las de dos partidos clásicos (PSOE y PP) y el alcalde estima que esa parcial retirada de confianza por parte de la ciudadanía es argumento suficiente para adoptar esa decisión. Lo echaremos de menos. Los cuatro años de servicio del señor Ferreiro fueron un remanso de tranquilidad para los habitantes de una ciudad acostumbrada los últimos años a la sucesión de escándalos que dejó tras de sí el largo predominio del pseudosocialista Francisco Vázquez, que acabó siendo parachutado por el que era entonces su partido a la embajada en El Vaticano para evitar enojosas indagaciones. En este corto, pero fructífero, periodo de tiempo la juvenil corporación presidida por el profesor Ferreiro bastante trabajo tuvo con cuadrar las cuentas y estimar el monto de las indemnizaciones multimillonarias que debía afrontar el Ayuntamiento (es decir, todos los ciudadanos) como consecuencia de actuaciones irregulares de la etapa vazquista. Y unas de las gestiones más espectaculares fue la solución dada al llamado edificio Fenosa, un inmueble condenado al derribo por reiteradas sentencias judiciales. Los alcaldes que sucedieron al embajador (del PSOE y del PP) dilataron (y encarecieron) el trámite y para cuando Ferreiro llegó al cargo la factura a pagar suponía la quiebra financiera del Ayuntamiento. Y para más inri sin que, por el tiempo trascurrido, pudiera hacerse efectiva la reparación con cargo al patrimonio de los verdaderos culpables que no eran otros que el alcalde y el concejal de Urbanismo que otorgaron la licencia de construcción a sabiendas de que era ilegal. Dejando algunos pelos en la gatera, Ferreiro supo encontrar la fórmula menos mala para satisfacer a todos los implicados y el enojoso asunto se resolvió definitivamente. Y la misma línea de discreción y estudio aplicó a otros contenciosos pendientes, entre ellos el destino del terreno de los muelles del puerto. En su día, tras el naufragio del Presti ge, el entonces ministro de Fomento, Álvarez Cascos, y el alcalde Vázquez firmaron un convenio en el que primaban los intereses urbanísticos especulativos. Un convenio demencial, ya que penaliza al Ayuntamiento de la ciudad con fuertes indemnizaciones en caso de incumplimiento. Blindar el negocio se llama la figura. A la hora de juzgar el mandato de Ferreiro (a mi juicio uno de los mejores alcaldes que tuvo la ciudad) también deberá de tenerse en cuenta el fuerte bloque de intereses contrarios que hubo de sufrir. Los aciertos se silenciaban y los errores (si es que los hubo) se magnificaban. Algunos de forma ridícula de tan exagerados como se presentaban. Pero la crítica más reiterada fue acusarle de no hacer ninguna de esas obras de relumbrón que tanto gustan a los espíritus infantiles y a los paseantes desocupados. En definitiva, de no haber hecho nada. Una opinión que en cierto modo comparto, ya que entre la larga lista de cosas que el señor Ferreiro no ha hecho está la de no haber metido nunca la mano en el cajón. Algo que agradecer, seguramente.