La visita de Trump a Londres y los actos conmemorativos del desembarco americano en Normandía, durante la última guerra mundial, han puesto de relieve que la democracia y la política no son suficientes si antes no se ha repasado el planisferio protocolario de las costumbres y tradiciones. Inglaterra continúa siendo el país donde más arraigados están los buenos modales y el respeto secular a la historia; el país, repetimos, donde el común de las gentes observa mejor el derecho consuetudinario y las normas sociales. Conviene tenerlo presente en la actualidad, cuando contemplamos en los ámbitos políticos rompedores que ponerse en mangas de camisa y circular por los despachos oficiales es como una de las formas „¿la única?„ de parecer demócrata. Guardar las reglas de urbanidad, como se hace en los grandes estados europeos, no resulta coercitivo y, sin embargo, evita para la progresía caminar hacia un futuro incierto. Como es dable observar, la falta de autoestima ("te tratan según te ven") presenta a los impetuosos políticos como seres carentes de cualquier seducción lógica para visibilizar la necesidad de relacionarse con la sociedad. No es exigible la solemnidad, ni tampoco cumplir normas extrafalarias, pero los usos hogareños, cuando ostentas las representatividad de la ciudad conviene restringirlos para evitar la confusión entre el mandar y el gobernar. Las últimas elecciones han demostrado que la política de impostura y poligonera no otorga buenos dividendos. Si nos centramos en La Coruña, nuestra ciudad, debe acometer su liderazgo sin descalificaciones, ni ceñido a la gestión personal. Para el socialismo coruñés se inicia una nueva etapa tras haber sido más de 30 años gobernante municipal. De nuevo, el socialismo se abre a un periodo de ebullición y una oportunidad pertinente e inaplazable. El cargo de concejal, más el de alcalde, es una mochila que no se desprende de los hombros, que conviene reforzarlos con guata, exige "vestir el cargo" con dignidad para servir con acierto al vecindario. Para tan noble función, hay que aplicar todo el ingenio, que es la herramienta de la decencia.

Ha pasado el tiempo de aquellos personajes que se creyeron elegidos para la eternidad. Vázquez gobernó sin perderse en la nebulosa de la servidumbre a los jerarcas partidarios; Abel Caballero lo hace ahora en Vigo. Shakespeare lo sentenció: "Algunos han nacido para ser grandes, otros han alcanzado la grandeza y otros tienen un gran deber sobre ella".