Todo parece indicar que de las dos actividades intelectuales consistentes en escribir y leer primero surgió la escritura y después la lectura, y ambas respondieron al deseo imperioso e ineludible del ser humano de comunicarse con sus congéneres. Actualmente, y por lo que se refiere a España, escribir y leer son dos libertades fundamentales que tienen pleno reconocimiento constitucional. A la tarea de escribir se refiere el artículo 21.1.a) que dispone que se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir el pensamiento mediante el escrito, y a la de leer alude la letra d) del apartado 1 de dicho artículo cuando dice que se reconoce y protege el derecho a recibir libremente información por cualquier medio de difusión.

Si nos situáramos en una perspectiva puramente cuantitativa, no sería erróneo afirmar que hasta ahora han sido más los lectores que los escritores. Lo cual es absolutamente cierto si pensamos en el escritor, entendido no en el sentido de "persona que escribe", sino en el más complejo de persona que es autor de obras del intelecto, de creaciones literarias.

Hasta la aparición de las redes sociales, los que escribían lo hacían porque consideraban que tenían algo que decir. En este sentido, se expresó Camilo José Cela al decir que "para escribir solo hay que tener algo que decir." Lo que sucede es que como es el propio autor el que tiene que valorar si merece la pena publicar ese "algo" que cree que tiene que decir, yo añadiría que en todo escritor que publica una obra „y pienso sobre todo en una novela„ hay, además, un punto de atrevimiento, osadía, insensatez y hasta de vanidad.

Las cosas han cambiado, profundamente, desde la aparición de las redes sociales y de la digitalización de la prensa escrita. Con anterioridad, los escritores y periodistas publicaban sus contribuciones en los medios, y estas quedaban petrificadas en el papel sin que el autor pudiera hacerse una idea inmediata sobre el éxito o el fracaso de su artículo periodístico. Ahora, con las nuevas tecnologías y la aparición de Internet las publicaciones que navegan por la redes son una especie de hucha en la que todo el que quiera puede dejar su contribución.

Y claro las contribuciones de los opinantes las hay de muchos tipos. No son pocas las que representan una verdadera aportación al tema tratado por el autor y proceden generalmente de lectores que tienen una sólida formación y un elevado nivel de sensatez. Pero junto a ellas, hay otras que consisten o en puras descalificaciones o en simples manifestaciones de lo contrario, pero huérfanas en ambos casos del más mínimo razonamiento. Con lo cual, parece haber nacido en la sociedad una especie de necesidad de opinar sobre cualquier cosa, motivada tal vez por el irrefrenable deseo por parte del interviniente de no guardarse nada en la red sobre las opiniones de los escritores y periodistas habituales.

En estos últimos casos, cuando el autor del escrito en cuestión pregunta al opinante por la cualificación desde la que sostiene su postura, hay muchos que invocan la universidad de la vida, y por el solo hecho de inquirirlos sobre su formación reprochan al autor que no es demócrata por no admitir la libertad de expresión. Los que actúan de este modo, que no son muchos, olvidan que si bien la democracia garantiza la libertad de expresión lo que no proporciona a los opinantes dicho sistema político, por desgracia, es la formación necesaria para emitir una opinión que esté sólidamente fundada en la materia de la que se trate; es decir, aun siendo igualadora en casi todo, la democracia no convierte, sin más a los ciudadanos, en juristas, médicos, ingenieros, expertos en arte, literatura, música, etc. No cabe la menor duda de que el solo hecho de vivir da experiencia, y que esta es, sin duda, una vía muy adecuada para llegar a la sabiduría. Pero una cosa es saber de la vida (cada uno acaba sabiendo de la suya más que de la vida en general) y otra muy distinta que vivir habilite para saber de ciertos temas, cuyo conocimiento solo se adquiere mediante el estudio de las correspondientes materias.

Por eso, manifestando que estoy a favor sin reserva alguna de la participación de la ciudadanía en las redes sociales, me atrevo a sugerir a los opinantes que hablen de lo que saben, y que no confundan la libertad que tienen para expresarse con el hecho de atesorar los conocimientos necesarios para hacerlo. Porque, como dijo Julio Verne, si bien uno podría escribirse un libro con lo que sabe, escribiría otro mucho mayor con lo que ignora. Con todo, debo recordar a los que nos dedicamos al noble oficio de escribir, que deberíamos tener la humildad, como dijo Orson Welles, de no esperar que nos aplauda la máquina de escribir (hoy el ordenador) cuando terminemos un escrito.