El equipo de fútbol de la ciudad donde resido ha fracasado en su intento de recuperar la categoría que perdió el año pasado y muchos todavía no se han quitado el disgusto de encima. Además, la forma en que lo hizo, alentando la ilusión hasta el último momento, contribuyó mucho a acentuar la pena. Habían ganado por dos goles de diferencia el primer partido del enfrentamiento decisivo y eso pareció a casi todos una renta suficiente si se administraba con valentía. Pero no fue así. Ya de salida el equipo se aculó en tablas, como suelen hacer los toros cobardones, y esperó allí a que las embestidas del rival fueran perdiendo vigor a medida que pasaba el tiempo ya que si, en una de las escasísimas salidas al ataque, tenían la fortuna de hacer un gol (los goles fuera de casa valen el doble) tenían la partida ganada. La táctica resultó equivocada. Los contrarios aprovecharon esa renuncia para marcar tres goles y un postrer remate de cabeza en el minuto final del partido se fue fuera por centímetros, lo que condenó al equipo a continuar un año más en la Segunda División. Una categoría que los más considerados de los cronistas deportivos catalogan como "de plata" y los más ácidos y truculentos como el "infierno", dadas las penurias que se han de soportar hasta salir de ella. Los presupuestos se igualan por abajo, los contratos con las televisiones se reducen drásticamente y el perfil de los jugadores a contratar acentúa los rasgos del tipo duro y luchador que mete la pierna sin contemplaciones en vez de los del artista que le da a la pelota unos efectos parecidos a los que le imprime a la bola un jugador de billar. En la tertulia del café a la que acudo de vez en cuando se teme que el equipo representativo de la ciudad haya caído en ese pozo y no pueda salir de él durante años. La perspectiva es dramática porque aún no hace mucho tiempo el club vivió una etapa brillantísima en la que, aparte de ganar varios campeonatos, causó asombro en el mundo del fútbol por cuanto nadie se podía explicar cómo el equipo de una pequeña ciudad española había podido alcanzar ese nivel. Visto el tono pesimista de los contertulios intento levantarles el ánimo con una observación. "Todo, hasta la tragedia más grande tiene su parte positiva „les digo„. Es evidente que echareis en falta el contacto directo con los grandes equipos de la Liga y con sus magníficamente pagadas figuras. Pero no me negareis tampoco que una competición entre clubes de ciudades próximas como el Racing de Santander, el Sporting de Gijón, el Real Oviedo, el Lugo, la Ponferradina y el vuestro de toda la vida, no deja de tener apreciables ventajas. Entre otras, acortar los viajes en autobús (siempre fatigosos a partir de un cierto kilometraje) y, sobre todo, facilitar el desplazamiento de la masa de seguidores, con el consiguiente beneficio para el transporte y la hostelería. Aparte, claro está, de fomentar la pacífica convivencia y la sana rivalidad entre las hinchadas respectivas...". El alegato no surtió demasiado efecto y hasta hubo a quien le pareció una broma de mal gusto. Las pasiones deportivas son difíciles de cambiar.