A Inés han tenido que ir a buscarla sus padres tras solo un día de campamento y, sin querer, se ha convertido en la espuma que corona una nueva ola de indignación que recorre España.

Los titulares son como la yesca que facilita un buen fuego: Un campamento expulsa el primer día a una niña con necesidades especiales. El relato que sigue no es menos inflamable: la monitora que desoye las indicaciones recibidas, unas niñas que se apresuran a quejarse por convivir con alguien distinto, sus padres exigiendo que se aparte a Inés de sus hijas, y una empresa que, en vez de plantarse y actuar con sensatez y justicia, solo ofrece elegir entre el ostracismo de la pequeña o su expulsión.

Los padres de Inés tuvieron que ir a buscar a la niña y, lejos de dejar correr el asunto, han optado por la lucha. En una carta han contado el dolor de Inés y „¿por qué no?„ su propio dolor y rabia. Algunos detalles dibujan un cuadro de cuánto puede pasar en 24 horas. Por ejemplo, el que, en la estantería de la ropa, a Inés solo se le dejase libre un espacio en la balda a nivel del suelo, donde sus prendas limpias y dobladas se mezclaban con los zapatos de las demás. Solo a la madre de Inés le llamó la atención este gesto.

Inés cuenta con el amor de su familia que la apoya, guía y alienta en este mundo, pero las otras niñas parecen abandonadas a su suerte, sin unos padres dispuestos a educarlas.

Como el poder y el dinero, los hijos muestran a la gente como realmente es. Algunos encuentran en sus hijos la excusa perfecta para prescindir de ciertos límites y volver a un egoísmo esencial, a un estado de pequeñas y grandes mezquindades que hace que, por ejemplo, a un cumpleaños se invite a todos menos a uno. Algo sin demasiada importancia, o quizás un mundo. Cosas que en los grupos de padres „uno de los ecosistemas sociales más inestables que existe„ no se comentan demasiado para evitar tensiones. Pero no siempre se puede ser discreto. A veces hay que ser incómodo, hacer ruido, molestar y sacar a la luz las vergüenzas.

Por su parte, al extenderse la noticia, la empresa emitió un comunicado cuya extraordinaria torpeza no hace más que refrendar la idea de que ahí hay alguien que, definitivamente, no sabe lo que se hace. La sucesión de errores en manejar la situación es más que llamativa. De algún modo me recuerda a la responsable de un centro escolar que, en un caso de acoso grave hace unos años, se empeñó en que el asunto lo arreglasen los padres entre ellos sin intervención del centro, hasta que uno le espetó que era una idea estupenda si lo que se buscaba es que acabasen a tortas.

Que, ante el lógico enfado de los padres de Inés al recoger a la pequeña, la coordinadora no supiese aguantar el chaparrón y llamase a la Guardia Civil, no es sino la guinda de un despropósito monumental que pivota entre la falta de profesionalidad de los responsables del campamento y la maldad de los padres de las compañeras de dormitorio de Inés.