Les deseo buen día, y que lo hayan tenido desde la última vez que nos vimos por aquí. Espero que este mes de julio, que hoy fenece, haya sido todo lo fructífero que ustedes hayan querido, teniendo en cuenta la variabilidad de dicho concepto según las diferentes percepciones. Porque... ¿qué significa realmente esto? ¿Qué es el éxito? ¿Cuándo las cosas nos salen realmente bien? Alguien sabio dijo una vez que el éxito es, sobre todo, estar tranquilos con nosotros mismos y con el resultado de nuestras acciones. Pues, en tal línea, que suscribo, les deseo que estos estén siendo días de paz.

Y tal paz, precisamente, es uno de los ingredientes más potentes de cara a la convivencia entre las personas. Cuando no hay paz, bien por la existencia de un conflicto tangible, o por otras formas mucho más sibilinas de la violencia, es difícil un verdadero desarrollo de las capacidades individuales y grupales de las personas. Y, consecuentemente, las sociedades se tornan en grises y poco vivibles y, en el límite, llegan a fracturarse. La paz, aparte de ser un valor en sí mismo, es factor clave de éxito para mucho más.

Es evidente que en Euskadi, durante muchos años, no ha habido paz. Ha habido formas contrapuestas de ver una realidad, lo cual siempre es legítimo, porque cada uno tiene derecho a tener exactamente las ideas que quiera tener. Pero uno de esos segmentos sociales, de forma recalcitrante y contraria a cualquier lógica, siguió poniendo en el punto de mira de sus armas al resto de la sociedad, durante años. Lo hizo sembrando el caos, el terror y, en definitiva, la muerte. Ya otro sabio, hace mucho tiempo, explicó que la violencia solamente engendra violencia, que nunca arregla nada y que, además, tiene la capacidad de deslegitimar cualquier idea, por pertinente y defendible que esta sea. El terrorismo „palabra cruda y fea„ solamente agrava las situaciones. Jamás las desbloquea. La pena es que no damos aprendido en el mundo dicha máxima.

Hoy ETA, de facto, no está. Pero los coletazos de sus acciones siguen vigentes hoy en la retina de personas cuyas vidas han quedado indefectiblemente cambiadas por ellas. Y esa es suficiente razón para que seamos tremendamente cuidadosos, todos y todas, con lo que expresamos en público, y mucho más cuando es desde las instituciones o cerca de ellas. Y es que una cosa es la esfera privada, personal e intransferible, donde los sentimientos y los afectos son lo que tenga cada uno, y otra la pública. Son cosas bien distintas.

Por eso soy de los que no entienden los homenajes públicos que se están llevando a cabo en localidades como Hernani o en Oñati ante la vuelta a casa de miembros de la banda terrorista, después de cumplir sus penas. Es muy normal que sus seres queridos se alegren, y así lo manifiesten. Es lógico que su entorno manifieste su alegría. Pero estamos hablando de condenas muy serias por hechos probados verdaderamente execrables, con impactos demoledores para terceros. Esto debería ser suficiente para que la discreción y la limitación a un entorno verdaderamente privado fueran la tónica dominante en estas celebraciones. Coincido plenamente con lo expresado por el lehendakari Urkullu a los medios: estamos hablando de ética, más allá de lo jurídicamente reprobable. De dolor de terceros y de daños irreparables, de esos que nunca deben producirse por la defensa de absolutamente ninguna causa.

La paz es fundamental como valor, decía. Y lo ocurrido estos días en forma de homenajes no es edificante en la compleja e ingente tarea de apuntalar tal valor en la educación de los más jóvenes. Ideas, se pueden tener todas, desde el respeto y la concordia, y es bueno que así sea. Soy un firme defensor de la libertad en un contexto plural. Pero cuando lastimamos al otro en el ejercicio de nuestra libertad o nuestra ideología, tiene que haber límites, en aras de dicha paz. Y este es, para mí, uno de ellos. Entiendo que no se puede jalear públicamente, de forma coordinada y masiva, la vuelta a casa de quien ha hecho daño a un tercero, vulnerando dicho compromiso de paz. Eso no es ideología. Es sentido común. Y ética, sí. Y apuesta firme para mirar a un futuro mejor, liberados del yugo de la violencia.