Nadie niega, querida Laila, que la sociedad española ha cambiado mucho desde el 78, pero no parecemos capaces de asumirlo con claridad y de realizar reformas que corresponderían. Un cambio, quizá el más amplio a la vez que bastante fundamental, es el relativo a nuestras creencias religiosas. La última encuesta del CIS nos dice que solo el 22,7% de los españoles son o se consideran católicos practicantes, es decir, que aceptan la doctrina de la iglesia, practican sus ritos con asiduidad y asumen en general la disciplina impuesta por su jerarquía. El resto se divide entre los declaradamente agnósticos, no creyentes o ateos, que son el 29,1%, claramente más que los católicos practicantes, y aquellos que a la hora de definirse se consideran de la tradición católica pero no asumen sus dogmas, ni sus ritos, ni su disciplina, ni por supuesto la autoridad de su jerarquía. Estos serían el 37,3%. El resto estaría ligado a otras confesiones o creencias religiosas. Esto es hoy así pero también es tendencia. Ahí están la merma continua de bautizos, el incremento de matrimonios civiles o la caída en picado de "vocaciones" sacerdotales. En el 78, aunque muchos vislumbraban que el futuro iría por aquí como iba en toda Europa, el peso político de la Iglesia, y dentro de ella de la casta sacerdotal, ayudó a que los herederos del nacionalcatolicismo lograran introducir en la Constitución una mención explícita a la relación con la Iglesia católica y hablaran de a-confesionalidad del Estado en lugar de Estado laico para permitir aquella anomalía de especial relación, que consagraba la situación de privilegio del catolicismo romano. Y todos somos testigos de cómo, de todos estos distingos y sutilezas, saca tajada la diplomacia vaticana con acuerdos, puede que anacrónicos, pero rentables al "ciento por uno en esta vida", que de la otra ya se encargan ellos. Hoy la situación de privilegio, político y económico, de la Jerarquía católica no es de recibo y este es uno de los cambios constitucionales pendientes, muy relevante e incluso perentorio, entre otras cosas porque cuesta mucho dinero a los españolitos que, al mismo tiempo, sufren demasiadas, estrecheces, carencias y necesidades. Esta es la terca realidad.

Lo malo, querida, es que, por mucho que la realidad exija este y otros cambios constitucionales, la cosa parece que va para largo. Para tan largo que es muy posible que nunca haya cambios significativos en esta carcomida y paralítica Constitución y la alternativa llegue a ser muy pronto su derogación y sustitución por otra, lo que Dios sabe el sudor, las lágrimas e incluso, ¡meigas fóra!, la sangre que ello puede costar. Lo digo por la trayectoria que, parece, se aprecia en la estrategia de Pedro Sánchez que, por cierto, ahora cuenta con el apoyo total del partido: de la militancia veramente socialista y de izquierdas, que cree en los pajaritos preñados porque aún no cayó de la burra, por una parte, y, por otra, con la vuelta al redil de levantiscos barones y sagradas vacas que ya se han percatado de que el objetivo de Pedro es volver, nuevas elecciones mediante, al confortable y tan añorado bipartidismo. Habrá elecciones en noviembre si se logra imponer, como parece, el fantástico relato de la presunta imposibilidad del acuerdo de izquierdas por culpa única de Podemos. En eso están los capitostes y estrategas del PSOE, ya en plena precampaña electoral con los típicos recorridos por el país y los encuentros con notables y colectivos incluidos.

¿Por qué llega un punto en que los dioses siempre niegan a este país la normal, pacífica y tranquila evolución democrática? A ver, querida, si va a ser un castigo divino por ser tan descreídos.

Un beso.

Andrés.