Los náufragos se odiaban pero colaboraron para salvarse. ¿Virtud de la solidaridad? No, necesidad en medio de la tormenta.

La derecha constitucional española tiene dos procedencias. Una, la que bajo las siglas de AP, Alianza Popular, es minoritaria en las elecciones democráticas de junio de 1977 con un millón y medio de votos y 16 diputados, varios de ellos ministros muy relevantes en los gobiernos de Franco como Fraga, Fernández de la Mora, López Rodó o Licinio de la Fuente. De los 16, cinco votaron no a la CE y tres se abstuvieron. Lo anterior y el dato de que en sus listas se presentaban 79 de los 172 candidatos que en alguna legislatura de las Cortes franquistas habían sido procuradores evidencia que Alianza Popular agrupaba el voto más nostálgico del franquismo militante, convencido de que la herencia del general merecía mejor suerte electoral de la que tuvo. Otra, la que apoyó a UCD, Unión de Centro Democrático, una suma de siglas muy de última hora desde el gobierno, con amplia presencia también de procuradores y altos cargos de la administración franquista ahora reformistas, junto a liberales, socialdemócratas y regionalistas varios. Ganó las elecciones con más de seis millones de votos y 165 diputados. Las dos derechas, la más atada al pasado y la más interesada en el cambio se funden en el PP y compiten sin éxito en la década de los ochenta hasta conseguir la mayoría simple en 1996 y la absoluta en 2000 con Aznar, varios gobiernos autonómicos y no pocas alcaldías de importancia. La unión hacía la fuerza, sin duda, y bajo las siglas PP las derechas autónomas de cada región y las derechas ideológicamente plurales convivieron no sin tensiones pero con orden y disciplina. Y así hasta que la corrupción y el independentismo hicieron tres donde había solo un partido y llegó la serie de derrotas que en todos los niveles suman las siglas desde 2015.

Para salir del mal momento, muy malo en realidad, el PP ha lanzado la idea, que nace en las autonómicas con Navarra Suma, UPN, PP y Cs, de España Suma con la que reunir a los hermanos separados que marcharon a Cs y Vox. Para quienes opinamos que el bipartidismo funciona mejor que lo que hoy tenemos, el éxito de la iniciativa sería una buena noticia, también si se copiara en la izquierda. La empresa no va a ser fácil porque ser cabeza de ratón lo prefieren muchos a ser cola de león y porque con los resultados de 2019 muy recientes nadie tiene asegurado su puesto en el pódium de la derecha aunque es innegable que el PP es el que tiene más poder. Vox se ha hecho un sitio con sus dos millones largos de votos y 24 diputados cosechados con un discurso tosco, muy conservador, pendenciero que recuerda a la derecha nostálgica de la primera AP de 1977 que al poco, como el valentón del soneto, calo el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada, sobreviviendo sus líderes a cambio de mudar mucho de actitudes y comportamientos. Cs se llevó al ala más joven, liberal y moderna del PP del que le separan, dicen ellos mismos, asuntos como la eutanasia, la maternidad subrogada, el aborto, una política más dura que la de Rajoy con el independentismo y contra el concierto y el cupo vasco. Rivera además deberá resistir no solo al tirón de España Suma, que hoy por hoy rechaza, también a los del PSOE que le reclama los votos que fueron suyos. La propuesta invita a la reconstrucción del centro derecha que ganó elecciones. A sumar no porque se quieran sino porque es una necesidad para las tres fuerzas, pese a que guarden rencores y diferencias, si quieren volver al poder. Por separado lo han conseguido en Andalucía, Madrid, Castilla o Murcia, sí, pero reconocerán que por los pelos. Más fácil les será si se suman.