Santiago, por su importancia histórica, sus ancestros rurales, cuenta con una sociedad proclive al agasajo, al margen de la vida pública, en la que la aspiración y la displicencia son géneros cercanos a la nada. Entre sus galas, los Premios Elegante convocan a elementos representativos de la vida regional, cuyos méritos acreditados son "la elegancia y el saber estar en la actividad pública". Desconocemos si entre los elegidos figuran los responsables políticos que ocultaron a las autoridades autonómicas la presencia en Galicia de dos ministras y un ministro del Gobierno central quienes, asimismo, colaboraron con su silencio y desdén, con sincera naturalidad. Saber estar es cuestión de voluntad y de buena crianza; las buenas formas están directamente emparentadas con la representación del poder, cuya práctica no puede alterarse porque evita costos políticos. Las disculpas del peculiar alcalde de Vigo ante las quejas de Feijóo, las resumió: "Tampoco él nos avisó y participó en la procesión del Cristo de la Victoria en la capital olívica". Hoy la clase política, sin sustrato, circula desorientada en medio de la convulsión predominante que requiere comportamientos mejorables. Más que cursos de protocolo, hay que dar cursos de buena educación, que ahora se cobija bajo el eufemismo de "saber decir, saber estar". El conocimiento del lenguaje, la cortesía en la expresión y el vestir con propiedad, son frutos de la voluntad y de la preseverancia.

El protocolo municipal se exhibía públicamente en La Coruña en los actos públicos más representativos entre monegasco y caribeño. Guardia municipal a caballo, maceros, timbaleros y la guardia de "gigantes" empenachados de plumas. La Marea arrumbó cualquier fórmula protocolaria, bastaba el colegueo. La última estampa del protocolo exterior municipal la ofreció el entonces alcalde Losada, en su automóvil oficial, rodeado de una espectacular escolta motorizada.