Afortunadamente, los primeros cien días del Gobierno local transcurren con el sosiego y la tranquilidad imprescindible para el ajuste corporativo y el reparto de funciones. No fue el caso del último elenco del Partido Popular, a cuyo alcalde Negreira se le sometió, desde el instante de jurar el cargo, a un hostigamiento incesante, sin respeto a la tregua que prescribe la cortesía política, pese, entonces, al panorama anárquico evolutivo y variopinto heredado. Nuestra alcaldesa, mejor dicho la ciudad, tiene problemas tan antiguos como la precariedad de los accesos, que deben resolverse ante los responsables de Fomento, en este caso de un "gobierno amigo". A su colega compostelano le faltó tiempo para viajar a Madrid y, al menos, preguntar "¿Qué hay de lo mío?". El mantra del Gobierno en funciones o de bloqueo político no circula si hay voluntad política, máxime tratándose de organizaciones de la misma banda ideológica. El tema del aeropuerto de Alvedro, su ampliación, sus nuevas rutas, no pueden seguir durmiendo el sueño de los olvidados y mucho menos permitir que A Coruña continúe siendo la tributaria de las fantasías aeroportuarias de la Xunta. En el oficio de la política, no pueden dejarse demasiados cabos sueltos „en este caso de Alvedro„ que producen en el ciudadano la incapacidad para mover el brazo de AENA. Cien días próximos a cumplirse constituyen, también, el plazo ortodoxo para amortizar la bisoñez de un cargo tan poliédrico como el de una alcaldía y, suficientes para que la crítica tenga fundamentos para utilizar su aguijón. Cumplidas las necesarias tareas del protocolo institucional, nuestra regidora ha de activarse y procurar no abroquelarse bajo sus dos poderosos cobertores, señores Roura y Méndez Romeu: ha de hacerse más visible para evitar incurrir en el papel de una alcaldesa epónima.

La experiencia nos señala que lo que en política no se encauza en los primeros cien días resultará más difícil resolverlo más adelante. Ahí tenemos el caso emblemático del Mercado de Santa Lucía y Centro de Salud o el del colegio Eusebio da Guarda que, seguramente, tendrá que esperar al curso próximo para contar con una cocina propia para su comedor.