Agosto se ha replegado, las playas comenzarán a encogerse mientras, en Galicia, en vísperas otoñales, lo más provinciano gira en torno a fiestas y "enchentas" en tonos más relevantes y sociales. Si repasamos el mapa meteorológico, nuestro clima se ha confirmado como ese tiempo privilegiado, sin agobio, que nos permite el descanso y el sueño reparador. Y volverán las brumas, consustanciales con la época, y volverán para recordarnos que en una misma bruma existió en La Coruña vida, actividad y cultura. El equilibrio de la variedad y la templanza climática son elementos esenciales del carácter herculino envuelto en esa peculiar humedad, cuyo olor evoca la profundidad de los tiempos. En la política gallega la temperatura presagia tormenta. El nuevo líder socialista Gonzalo Caballero, hasta la fecha "oyente" parlamentario, no ha sido capaz de cursar ninguna iniciativa. Su cruzada contra Feijóo semeja a la del hierofante que camina hacia el limbo de las emociones perdidas. Con personajes tan caracterizados, el socialismo del siglo XXI hace el camino al revés: del posmodernismo, al posmodernismo atávico. Ciudadanos está más en el pellizco de monja que a practicar lealtades, como si tratase de perdonar el ser conservador. El marqués de Tamarón a estos personajes, por su insistencia en hacerse notar en política, los califica como "tontos bogavantes". (El bogavante es el remero que ocupa en solitario el primer banco de la trainera). El PP trata de marcar diferencias con su red troncal, mientras el PSdeG se precia de poder pactar con quien quiera con esa visión utópica de no tener enemigos, pero puede quedarse sin amigos. El BNG sigue la ruta nacionalista con sus preocupaciones paleontológicas para evocar hechos y figuras olvidadas. Hace falta un excipiente de crítica social que envuelva a los ciudadanos y que los gobernantes tomen conciencia de que el mundo que dibujan puede ser de otra manera.

Resulta llamativo que a estas alturas no se halla reparado en la instalación de un ascensor a una escalera mecánica, entre la plaza de San Pablo y la Ciudad de Lugo, para evitar que los vecinos tengan que salvar a diario 78 escalones.