Buscando tema para un artículo (los que escribimos con cierta asiduidad en los periódicos revolvemos entre lo ya publicado por si aparece algo aprovechable) leo unas declaraciones del escritor norteamericano James Ellroy, el autor de L.A. Confidential o La dalia negra, dos novelas de éxito llevadas más tarde al cine. El escenario de esas dos obras es la ciudad de Los Ángeles en la década de los cuarenta del siglo pasado, tal y como la quiso recrear minuciosamente un hombre nacido en aquel tiempo. "Lo sé todo de Los Ángeles en 1942 „nos dice„ Pearl Harbor, la II Guerra Mundial, Franco, la Falange, los anarquistas, todas esas mandangas. Mis libros no tienen nada que ver con la América de hoy en día. Si la gente quiere creer que si allá ellos". Pese a esa inicial prevención respecto de la capacidad crítica de sus lectores, James Ellroy cree que sus novelas son densas y fuertes y que la razón última de su éxito (él le llama contribución a la literatura mundial) radica en "haber hecho converger la novela negra con la histórica". Una querencia que él explica por haber nacido en 1948, un año crucial para el cine negro, y sobre el que hace girar toda su obra literaria. Bien, todo eso son teorías más o menos ingeniosas aunque nunca cabe menospreciar (en su caso y en el de muchos otros escritores) la influencia de los años de su niñez o el hecho trágico del asesinato de su madre. Sea lo que fuere, la convergencia de la que habla es una forma ingeniosa de justificar el aprecio de los lectores. Y cualquiera podrá constatar, repasando la lista de los libros más vendidos en estos últimos años, que son las llamadas novelas históricas o las novelas de la serie negra, las que copan siempre los primeros puestos. En el primer mediante el artificio de situar la trama en un periodo histórico determinado y haciendo actuar como protagonistas a personajes famosos (por ejemplo Napoleón, Julio César o Atila) mezclándolos luego a conveniencia con otros inventados por el autor. Y en el segundo, creando un detective (Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Maigret) capaz de esclarecer toda clase de crímenes, incluso los más enrevesados. Con preferencia, en un primer momento y en los dos casos, de tipos masculinos aunque poco a poco fue abriéndose paso también a los femeninos siguiendo la tendencia universal. La moda de estos dos modelos resultó rentable y proliferaron los escritores propicios a cultivarla. Hasta el punto de que la nómina de detectives, comisarios, investigadores y otra clase de sabuesos ya es innumerable y no hay escritor que se precie que no haya creado alguno de una cierta notoriedad. En España cultivaron el género con gran éxito de público y crítica, el prolífico Manuel Vazquez Montalbán y Francisco González Ledesma. El primero de ellos creó e hizo famoso al detective Pepe Carvalho, un avezado gastrónomo que no perdía nunca el apetito pese a desayunarse a menudo con sucesos sangrientos y especialmente desagradables. Y el segundo dio vida al Inspector Méndez, un policía atípico. También hay que hacer mención de Plinio, jefe de la policía local de Tomelloso, un personaje de Francisco García Pavón luego, vendrían más.