No está el palo para cucharas. Se detecta un cabreo de los españoles con los políticos incapaces de gestionar el resultado de las urnas. Pero ese cabreo, según la demoscopia, se traduce en gran medida en seguir votando de la forma que nos ha llevado al callejón sin salida de esta legislatura fallida. No son muchos los que están dispuestos a cambiar su voto ni seguramente tienen por qué hacerlo. Otros, más coherentes con su enfado, puede que decidan no votar si se produce, como es presumible, una nueva convocatoria de elecciones para noviembre. Con nosotros que no cuenten.

La España de los dos bloques se ha tornado más complicada de lo que sería deseable, mucho más que la de los dos partidos. No funciona racional ni aritméticamente. La otra, al menos, con su alternancia, facilitaba el ciclo de la gobernabilidad actualmente interrumpido por la disputa reiterada del pentapartido.

Existen razones para el cabreo, nadie se asombra por ello. Los políticos no es que vendan humo por ilusiones, como ocurría otras veces. Se dedican simplemente a proponer fórmulas categóricas para distanciarse unos de otros, y a tenderse emboscadas. No es fiable el "España suma" del PP, porque en el fondo la suma razonable para los españoles que no quieren bajarse de la burra sigue siendo, aunque cuesto creerlo en medio de tanta gresca sectaria, una alianza constitucionalista entre las tres fuerzas más votadas, una gran coalición de conveniencia en los tiempos que corren alejada de los extremos para poner freno a la política del retroceso social de Vox y al nacionalismo disgregador con el que no ha dejado de coquetear Unidas Podemos.