Italia es, como España, puerta de entrada a Europa. Y es la Unión Europea la que debe regular la emigración y acabar con un desgobierno que solo favorece a los Salvini de turno.

No hay recetas mágicas, ni puede despreciarse la sensación de inseguridad en la que viven las clases medias y populares europeas.

Por eso, los Gobiernos europeos deben hablar y actuar sin miedo en asuntos de integración, ordenación de las diferencias culturales, libertad religiosa, derechos de ciudadanía y regulación de los flujos migratorios. Guardar silencio y encogerse de hombros mientras Salvini se jacta de cerrar sus puertos es una irresponsabilidad, además de una muestra de incompetencia. Algo que no solo compromete la estabilidad de los Gobiernos comunitarios, sino que cuestiona seriamente la credibilidad y la eficacia de la Unión Europea.