Buenos días tengan ustedes. Buenos e, imagino, llenos de información. Y es que es esta una época, ¿será algo crónico?, donde se mire a donde se mire cientos de titulares compiten por quedarse con nosotros, en detrimento de otras informaciones de variada índole. Vienen días cargaditos de actualidad, sí, de todo tipo. Y, en tal contexto, la reflexión serena, pausada y desprovista del estrés de la inmediatez no siempre se produce.

Podría estar hablando yo ahora de las cosas que pasan en Cataluña, por ejemplo. O podríamos abordar importantes episodios de la agenda cultural de estos lares, personificados en la efervescencia que estos días vive Asturias y, en particular, Oviedo, o en la información que dimana de otros focos de tal ámbito, justo en estas horas. Reflexionar sobre mujeres y ruralidad, por ejemplo, en estos días en que se celebra su día. O podríamos abordar qué es previsible que nos diga el Fondo Monetario Internacional, justo cuando está a punto la inauguración de su reunión anual en Washington. Sería bueno abundar en los nuevos episodios enmarcados dentro de las tensiones comerciales que crecen y se multiplican en estos momentos en buena parte del mundo. Y, cómo no, podríamos abordar la temática de la concesión del Premio Nobel de la Paz al Primer Ministro etíope, por sus logros en la pacificación de la zona caliente con Eritrea, así como en las mejoras internas en su país.

Todo esto podríamos estar haciendo ahora, y abordaremos más adelante. Muchos de esos asuntos necesitan toneladas de sosiego encima para no tratarlos con imprudencia, o con el fogón ya apagado, pero aún demasiado caliente. Hace falta muchas veces una mirada más calmada, desprovista de pasión. Eso en algunos temas de los propuestos. En otros, directamente, aún nos falta información. ¿Qué le dirán a la Ministra Calviño? ¿Cómo quedará nuestro aceite de oliva, tras el varapalo propuesto por la Administración Trump? ¿Qué pasa con tantos flecos de la actualidad que nos ocupan y preocupan?

Urgencias aparte, hoy les propongo un tema importante, mucho más crónico y más atemporal. Y este, sobre el que reflexionaba yo hace un par de días con personas diversas, tiene que ver con el conocimiento y su transmisión, muy en clave docente y pedagógico en el sentido más amplio de la palabra. Con este y, también, con la cultura generada en las últimas décadas, por la cual parece que conocimiento sin utilidad práctica inmediata se identifica a veces, en ciertos mentideros, con algo así como con un resignado brindis al sol. Algo con lo que no puedo estar menos de acuerdo, tal y como defendía yo en la charla que les refiero.

Y es que, muy al contrario, defiendo la progresión en tal conocimiento como una forma de construcción de ciudadanía y democracia. De ampliación del horizonte vital de nuestras actuales y futuras generaciones. De mejora individual y colectiva. Defiendo el conocimiento como la savia de la que se nutren nuestras vidas. Y creo firmemente que, aún siendo tan importante el campo de lo laboral y lo profesional, todo ello no tiene sentido alguno sin lo primero. Para mí, reitero, lo importante es conocer para estar de verdad en el mundo, y no ser una marioneta de los que te venden tarots, dispensadores de agua magnetizada, son retorcedores de la Historia o quieren comprar tu voto con imposibles cantos de sirena o verdaderos atentados contra los derechos humanos. Hace falta conocer para estar, con equilibrio, solvencia y capacidad. Y lo de acceder a uno o a otro puesto laboral, que viene de la mano con lo de conocer más, es solo una consecuencia amable de lo anterior, que es lo más importante. Conocer sí, pero porque es sinónimo de vivir más y mejor, y poder trasladar dicho torrente de ideas, prácticas, actitudes, creencias y contenidos a quien venga más tarde.

Hoy, a nuestros chavales con frecuencia se les vende la formación como algo necesario para acceder a un mejor puesto de trabajo. Yo discrepo y disiento de ello. Quiero formar para construir un mejor futuro individual y colectivo. Y, a partir de ahí, que esto también propicie tal caleidoscopio de posibilidades profesionales y laborales. Pero, ante todo, conocer como modo de fascinación ante la rabiosa complejidad del mundo natural y telúrico. De la naturaleza. Eso es lo que me mueve y me motiva. Así lo contaba estos días, y lo reitero hoy. Y siento este tema como uno de esos que verdaderamente importa, muy por delante de las veleidades de la actualidad, que hoy están pero mañana pasarán. Y es que no podemos estar permanentemente instalados en los síndromes agudos... Más bien todo lo contrario, ¿no?