Saludos en este último miércoles de octubre. Último día en esta Semana Mundial del Desarme, y mucha actualidad que se entreteje con nuestras propias vidas, conformando la trepidante cotidianidad. No olviden dejar espacios para digerir todo ello, porque a veces parece que tanta conexión tecnológica y virtual a lo largo y ancho del mundo nos roba espacios para dirigirnos de forma natural a quien físicamente nos rodea. Poco a poco...

Y es que soy de los que piensan que no conviene perder el foco de la propia realidad, por más que seamos capaces de conocer, cada vez con mayor precisión e inmediatez, elementos muy lejanos y externos a la misma. Ese es mi punto de vista, en el que creo que no puede faltar tampoco una visión crítica del pasado, como forma de mejorar el presente y, sin ninguna duda, prepararnos mejor para un hipotético futuro. Si renunciamos al pasado, perderemos no solamente el valioso foco de las aportaciones de todos los que vivieron y pensaron antes que nosotros, sino también sus respuestas a cuitas parecidas, a veces erróneas y en ocasiones verdaderamente lúcidas. Un inmenso patrimonio del que podemos aprender, incorporándolo a los elementos que tendremos en cuenta en nuestras propias decisiones.

Conocer el pasado es importante, y no solamente en cuanto a los hechos acaecidos, sino también al discurso de una época. Conocer el relato, como se acostumbra a decir ahora, sabiendo distinguir en él qué son hechos históricos y dónde se cuela el inevitable punto de vista del que nos lo narra. Y, además, sabiendo interpretar la terminología, los modos de expresión y lo subyacente en la forma de explicar lo histórico.

Hago toda esta introducción porque creo que a veces falta este tipo de reflexiones en muchos de nuestros emprendimientos personales y colectivos. Esfuerzos en ocasiones muy importantes, pero donde con frecuencia no se vinculan conceptos, lógicas o semántica a elementos de un pasado cuya mera existencia puede lastrar de alguna manera lo que hoy tratamos de hacer o contar. Y eso puede llegar a pasar factura en el resultado obtenido.

Les pondré un ejemplo en relación con lo que les cuento que, les seré honesto, me ha sorprendido mucho. Se trata de la iniciativa de la Xunta de Galicia del fomento de las llamadas aldeas modelo, con la loable intención de implantar actividad agroganadera alrededor de núcleos para dotar de rentabilidad y viabilidad al rural. Una forma de dinamizar tierras hasta entonces baldías o menos productivas, que redundará además en una mejor protección de nuestro campo frente a los incendios, al ser el abandono de los montes una de las causas concomitantes presentes en dicha plaga. Si esto, además, se hace con la anuencia, la corresponsabilidad y el compromiso de los vecinos, mucho mejor. Hasta aquí, sin conocer mucho más, miel sobre hojuelas.

Pero hete aquí que ciertas expresiones, a día de hoy, no son inocentes. Uno que esto escribe, y muchos millones de personas más en el mundo, ya han asociado indefectiblemente la expresión aldeas modelo con la política de tierra quemada vigente en Guatemala de la mano del dictador Ríos Montt, y que se llevó por delante miles de vidas humanas. Hechos graves y luctuosos por los que la justicia condenó por genocidio al general, aunque más tarde fue anulada la sentencia por defectos de forma, y nunca se pudo repetir el juicio por el fallecimiento del imputado en el año 2018. Les invito a conocer más sobre el particular, y muy especialmente la tarea de firme defensa de los derechos humanos ejercida hasta su asesinato por el Obispo Juan Gerardi.

Las aldeas modelo eran en Guatemala los nuevos asentamientos construidos tras la destrucción sistemática de las comunidades indígenas, el asesinato, la violación, el pillaje y la destrucción selectiva de toda una etnia, como forma de borrar tales hechos, en una forma sofisticada y execrable, cruel e inhumana de barbarie. Nada que se asemeje de ninguna forma o tenga algo ni remoto que ver, obviamente, con lo que propone la Consellería do Medio Rural pero, fíjense, tocada por un mismo desafortunado nombre. ¿Que no importa? Bueno, a lo mejor es porque la página de la historia a la que aludo no es muy conocida por aquí. Pero, ¿qué dirían ustedes si en otra iniciativa pública rotulásemos las escuelas, los campamentos de verano o determinados centros de trabajo con la triste expresión, mucho más conocida, "El trabajo nos hace libres" (o "nos libera")? Ciertamente, el trabajo puede hacernos libres, pero el uso de tal ambiguo leit motiv en la puerta de los más célebres y horribles campos de concentración de la Alemania nazi (Dachau, Sachsenhausen, Neuengamme, Auschwitz...) ha inhabilitado el uso de tal sentencia para cualquier cosa decente que proponga alguien con dos dedos de frente en cualquier ámbito. Las palabras marcan, y dotan de contenido a los conceptos. Conocer su pasado es preceptivo a la hora de construir realidades presentes y futuras, aunque se puedan entender como inconexas, como forma de preservar los nuevos hitos de los ecos de lo ya ocurrido, y para que determinados episodios luctuosos puedan ser recordados como forma de desincentivar la barbarie. Yo nunca hubiera llamado aldeas modelo a nada, por mucho que quiera expresar algo que busca determinados progresos o avances aquí y ahora, bien lejos de Centroamérica y de aquellos años convulsos y teñidos de sangre.