Observo con estupor cómo la ignorancia hace que ciertas mujeres se rebelen contra el feminismo por entender que no hay que tomar ninguna postura al respecto. No se dan cuenta de que ser feminista es una obligación de toda integrante del sexo femenino que se precie de serlo, ya que más allá de batallas, se trata de un pensamiento que defiende el hecho de que las mujeres tengamos los mismos derechos y deberes que los hombres. Ni uno más ni uno menos... Y, queridas señoras no feministas y, a pesar de lo mucho que trabajaron por ello las féminas más progresistas de generaciones anteriores; todavía estamos a años luz de lograr una plena igualdad.

Una mujer que está en contra del feminismo, ni se quiere en demasía ni quiere realmente a las demás; por lo que me cuesta mucho creer que esta sea una realidad y prefiero decantarme por pensar que no tienen ni idea de lo que supone el hecho de renegar de ello. No ser feminista -que no activista-, es como ocultar los orígenes de uno mismo, o como ponerse en los ojos un pañuelo para jugar a la Gallinita Ciega a la espera de que otro de los jugadores les pegue un palazo por la espalda... O quizás dicha traición la lleve a cabo una jugadora, porque tristemente y- exceptuando a los gallitos de pelea de copazo y puticlub-, las peores enemigas del feminismo son ciertas mujeres.

Resulta curioso observar cómo en esta sociedad, un hombre que triunfa laboralmente es un campeón para todas y todos, mientras que una mujer que lo hace, es temida por ciertos hombres y criticada por casi todas las demás féminas. Algo increíble e inaudito en casi todos los países desarrollados, pero es que en esta "avanzada" España, a la mujer que se quiere un poco, enseguida la etiquetan de soberbia o de sobrada. Aquellos y, sobre todo, aquellas que se rasgan las vestiduras, tendrían que ver a las muchas damas trabajadoras que -con mayor o menor éxito económico y con la misma renuncia personal- riegan el país de arriba a abajo y de oeste a este... Sería preciso que las observasen regresando a casa, quitándose el rímel y bajándose del tacón.

A la mayoría les esperan cenas condimentadas con gritos e insultos cruzados por parte de unos vástagos que, a fuerza de carecer de mamá a la que torturar el resto del día, concentran sus energías en aturdirla un poco más con el único triste fin de llamar una atención de la que en el fondo se sienten carentes; pero si a esto le sumas un marido enrarecido, mucha ropa por planchar, una casa que limpiar y una lista de la compra que confeccionar; es fácil correr el riesgo de querer escapar... Pero el género femenino rara vez abandona a su prole y, cada nuevo día, vuelve a repetir la operación del día anterior tratando de conciliar trabajo en casa y fuera de casa con mejores o peores resultados, teniendo que escuchar como algunas se auto engañan diciendo estar satisfechas porque su pareja les ayuda... ¿pero qué clase de tontería es esta? No ayudan. Hacen lo que tienen que hacer. Lo que es debido. Ambos cónyuges -casados o no-, están obligados a partirse la espalda a partes iguales con el único fin de sacar adelante un hogar y una familia. Dejémonos de estupideces y no permitamos que la ignorancia en los términos y la manipulación mediática se haga dueña de nuestras entendederas.