Tengan buen día, señoras y señores. Por aquello de cómo han coincidido las fechas, no nos hemos visto este miércoles, al ser Navidad y no publicarse el periódico. Y, retomando ahora nuestro epistolario, nos encontramos ya casi en el cambio de año, en este último artículo de 2019. Y es que, aunque nos hablásemos el próximo miércoles -que no será, al producirse la misma situación de la semana pasada- esto ya sería con tal año ya fenecido. Ya lo ven, los años pasan rápido. Y su concatenación, la vida de cada cual, también.

Hoy supongo que debería retomar, como muchas otras veces he hecho en fechas similares, aquello de qué fue más interesante, o mejor o más sobresaliente del año que se va. O, quizá en una tesitura más de futuro, enumerar los retos que nos tocan, las ilusiones que tenemos por delante para 2020 o plantear, de frente, qué situaciones se nos antojan más trabajosas y complejas para los próximos meses. Pero no. Hoy volveré a otro de mis temas clásicos que, por ventilado, no muda de pronóstico. Más bien todo lo contrario, visto lo que viene para el año próximo. Porque, en la época del fin de los peajes de algunas autopistas señeras en nuestro país, y del rescate con el dinero de todos a otras quebradas, desde el ninguneo a los ciudadanos y el empeoramiento de un servicio cada vez más caro, aquí las cosas fluyen de otra manera, con nuevos récords de precio que claman al cielo...

Si no se han hecho ya con el tema, es que no son usuarios habituales de la autopista de peaje AP-9. O, como le llamo yo, de la "charca cara". Una vergüenza que, por desgracia, sigue propiciando el que medren los beneficios de personas absolutamente inconexas con nuestra realidad, mientras aquí todo va a peor sin que los poderes del Estado hagan nada, lo que llama poderosamente la atención en un país hiperreglamentado, donde la Administración está detrás de casi todo, supuestamente vigilante y presente.

La AP-9 no es hoy ni la sombra de lo que fue. El servicio que da a la ciudadanía es cada vez peor, con tramos verdaderamente peligrosos por el estado del firme, lo que se pretende solucionar con un betún ligero que propicia la generación de no menos preocupantes balsas de agua gigantescas. Lo que un día se trataba con un aglomerado especial poroso especialmente vanguardista, con equipos destinados a la inyección de agua en los intersticios del mismo durante seis meses al año, con el fin de mantener óptimas sus capacidades de drenaje, se ha perdido irremisiblemente. Y la autopista, casi sin personal y con una terminación basta e inapropiada para nuestro clima lluvioso, es una fábrica de accidentes y graves situaciones de riesgo.

Al tiempo, la AP-9 es cada vez más cara. Una visión cortoplacista de sucesivos gobiernos centrales y una nula acción desde Galicia durante décadas han dejado a la ciudadanía bajo las garras de un monopolio nada empático con su entorno y que busca, únicamente, recaudar mucho y lo más pronto posible. No hay sentimiento de empresa ni apego o arraigo. Estamos hablando de una torpemente gestionada venta a sucesivos fondos de inversión que hoy, más que nunca, buscan activos que generen un dinero fácil y barato. Solamente así se puede entender la absoluta dejadez en cuanto al empeoramiento de las condiciones de rodaje en dicha infraestructura que, por otra parte, es vital para Galicia tal y como está configurado el actual sistema vertebral de comunicaciones por carretera en la comunidad.

Para 2020 -igual que en 2019- hay previstas varias subidas más, con la excusa de unas infraestructuras adicionales que, en ningún modo, justifican el elevado importe que un usuario ha de pagar. Fíjense que, aún acometiendo todo ello, la empresa genera jugosos beneficios. Si es así, ¿por qué no se pudo articular dicho esquema de inversión de una forma menos gravosa para el usuario?

Soy de los que entienden que determinadas infraestructuras han de tener un peaje. Pero, y esta es otra característica de la AP-9, no puede ser que el mismo no venga deflactado por una serie de políticas activas que busquen un menor impacto para el usuario frecuente y muy frecuente, que por motivos laborales y, en general, profesionales, sufre una sangría constante con su uso que puede llegar a un porcentaje muy importante de los ingresos globales de la actividad desarrollada. Pues bien, aquí no hay nada de eso. Solamente un exiguo veinticinco por ciento de la vuelta para los usuarios con Vía-T, que se desactiva si la ruta no es exactamente la misma -pobres comerciales, por ejemplo-, en días laborables. Algo que contrasta con las políticas de descuento de caras autopistas españolas, como la AP-68 u otras, muchísimo más contundentes.

Con todo, el nuevo tren de subidas para 2020 en la AP-9 es, para mí, la gota de agua que colma el vaso. La Xunta habla de un simpático -si no fuese trágico- descuento en horario supernocturno, lo cual es absolutamente incompatible con el movimiento de cualquier trabajador tipo que aspire a no estar diecinueve horas o más al día fuera de casa, entre el trabajo y las largas -larguísimas horas- esperando a que el horario de tal descuento se active, allá por la medianoche. La Administración dirá que no puede hacer nada, pero esto es discutible. Hay que conocer las posibilidades legales de actuar, y estas existen, porque hoy la autopista está por debajo de los estándares exigibles para tal tipo de concesión. El Estado -actual titular de la competencia de tal vía- ha montado este desaguisado, y a él corresponde arreglarlo. Los políticos de este país son, por dinámica electoral y por su modo de extracción, cortoplacistas y poco estrategas. Pero el embrollo que han montado en esto es, verdaderamente, grave, jugando a conceder ampliaciones de la concesión y autorizaciones de nuevas subidas, sin pararse a analizar el beneficio real de la empresa y el impacto en la sociedad gallega.

Pues aquí queda la cosa sobre "la charca cara", que sigue detrayendo recursos que, así, no dinamizan nuestra economía, y que sigue suponiendo un abandono y un yugo para muchas honestas personas a las que les cuesta caro ir a trabajar cada día.

Ah, y por lo demás, Feliz Año Nuevo. Ya nos hablaremos. Pero eso será ya en 2020. Cuídense.