Estuvieron a un voto de traerles carbones, pero al final del bronco debate de investidura los Reyes Magos les premiaron con lo que más ambicionaban. A Pedro Sánchez con la presidencia del Gobierno y a Pablo Iglesias con una de las tres vicepresidencias de ese mismo Ejecutivo, en el que también ocupará un ministerio su esposa Irene Montero (primer matrimonio que alcanza simultáneamente tan alta dignidad en la historia política de España). Pese a los agobios sufridos en el trámite parlamentario, los dos se manifestaron contentos con lo logrado. Pedro Sánchez de haber abierto la vía del diálogo para resolver el conflicto entre España y Cataluña, a la que reconoce implícitamente la categoría de sujeto político equiparable. Y Pablo Iglesias de haber conseguido con su sola presencia que "España pueda convertirse en un referente de modernidad y progresismo en el mundo" (textual). Hasta ahora, teníamos entendido que España era un referente mundial (o uno de ellos) en literatura, bellas artes, turismo, especialidades deportivas, donaciones y trasplante de órganos, longevidad, red de ferrocarriles de alta velocidad, almacenamiento de energía renovable y un largo etcétera de capacidades de las que todos nos sentimos legítimamente orgullosos. Pero del liderazgo mundial en materia de "modernidad y progresismo" no sabíamos nada y es bueno que personas de la capacidad política del señor Iglesias se ocupen de esa ingente tarea. Ingente y peligrosa porque no todos los proyectos que se iniciaron esperanzados llegaron a buen término. La portuguesa revolución de los claveles no alcanzó los objetivos iniciales, y la vía chilena a la democracia concluyó con un brutal golpe militar y el asesinato de Allende. Más cerca en el tiempo, hemos sido testigos de las interferencias imperiales en el descarrilamiento de los proyectos bolivarianos y el trágico final de la primavera árabe. E incluso otros intentos más moderados fueron combatidos ferozmente y tratados como si fueran una reedición (imposible por otra parte) de la Toma de la Bastilla. ¿Qué no se dijo en España de algunas iniciativas del presidente socialista Rodríguez Zapatero, a quien se calificó de "mente diabólica" por haberse atrevido a convertir en leyes usos y costumbres que era normales en la calle? O implantar en la escuela una asignatura tan necesaria como Educación para la Ciudadanía. ¿Y qué no se dijo en Grecia y en buena parte de Europa para ridiculizar la pretensión de Alexis Tsipras de hacer más llevadero el dogal financiero de los grandes poderes económicos? Al final, tanto el uno como el otro fueron obligados a abjurar de su política social. Pero volvamos al debate de investidura, que resultó un espectáculo deprimente con gritos de "asesinos", vivas al rey, pateos, desplantes y excitación general. La victoria de Sánchez por solo dos votos de diferencia hace prever una legislatura complicada y hasta es posible que breve. Ya lo advirtió el portavoz de Esquerra Republicana, señor Rufián con ese aspecto de matón de verbena que tanto le gusta representar. "Si no hay mesa (se refiere a la mesa de diálogo entre el Gobierno de España y el de la Generalitat) no hay legislatura". Mesa, claro que la va a haber, pero puede acabar perfectamente en mesa de tertulia de café en torno a la cual se hable de todo y no se acuerde nada.