Se les saluda, señoras y señores. Nuevo artículo y nueva edición de este milagro cotidiano que es la vida. De este estar aquí gira que te gira sin notarlo, en el sistema inercial llamado Tierra, y tener la maravillosa dicha de poder comunicarnos. De poder contarnos las cosas, ponderar nuestras respectivas apreciaciones y, con todo, seguir viviendo. Un lujo tibetano, queridos amigos y amigas. Un lujo que, seguramente por tener caducidad, tiene mucho más valor aún.

La vida va siguiendo, y vamos acumulando anécdotas, experiencias, sensaciones y días puestos en nuestra cuenta del "haber". Todo ello nos va conformando como personas, y transmitiendo la capacidad de ser sensibles ante la injusticia, la falta de oportunidades de muchas personas o los grandes problemas de esta etapa de la Historia.

Soy de los que piensan que casi todo es relativo, y que la opinión sobre la inmensa mayoría de los temas es absolutamente libre. Pero también creo que hay cosas sobre las que no todo vale, sino que hay unos referentes bastante estáticos que no es bueno mover. Me refiero, claro está, a todo lo relativo a los derechos humanos y, en particular, los derechos socioeconómicos de las personas. A todo ello y a la cuestión del respeto a la Naturaleza, llámenle ustedes medioambiente o como prefieran. Con tales salvaguardas, todo lo demás es discutible, y lo que hoy se nos antoja muy cuesta arriba, ayer fue o mañana será razonable. O al revés, lo que hoy nos parece absolutamente normal, quizá ayer no lo era o mañana no lo será. En el límite, recuerden las palabras sobre los vicios y las virtudes -nada más contrapuesto- de Jean Baptiste Poquelin -Molière- en su Don Juan. En ellas, el autor francés establece una línea muy permeable entre ellos, ya que lo que es considerado vicio en un momento dado, puede evolucionar rápidamente hasta la virtud, con solo ponerse de moda.

Les decía que hay elementos que no están sujetos a la opinión. Los derechos de las personas. El derecho a la vida. El derecho a la propia libertad. El derecho al respeto, ante la sociedad y ante cada uno de los demás. Derechos con los que no se juega y que, por otra parte, han costado muchas lágrimas y muchas dificultades para aquellos que los han defendido. Hoy las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y quien no piense igual no puede aducir una opinión distinta. No. No es objeto de debate. Hemos evolucionado, y tal enfoque no está hoy abierto. Las mujeres y los hombres han de tener los mismos derechos, diga quien diga lo contrario. Lo mismo en cuanto a la raza o cualquier otro elemento propio y característico de la persona incluyendo, claro está, tanto su identidad como su orientación sexual. El respeto y la protección de todo ello bajo el paraguas del enfoque de derechos no es negociable.

Y todo eso hay que explicarlo, alto y claro, a las generaciones venideras. Eso no significa, claro está, que se esté animando a nadie a comportarse de una determinada manera. No. Que un niño o una niña sepan que ha de ser extremadamente respetuoso con su compañero amarillo, negro, bajito, alto o pelirrojo, no implica que él lo sea. Y que ese mismo niño o niña tenga que saber que el respeto a la identidad específica de cada persona, así como a su orientación sexual, tampoco va más allá de ese ejercicio de educación en el respeto a las libertades. Sin adoctrinamiento ni proselitismo en cuestiones que no son sensibles a ello.

Por eso cuesta entender las intenciones de quienes hoy promueven el llamado "pin parental". Hoy insisten en que sus hijos puedan ausentarse del aula cuando se hable de que existen los gays o las lesbianas, los transexuales o los bisexuales, y que tienen los mismos derechos que cualquier otro ciudadano. O cuando se explique la enorme lacra que supone la violencia contra la mujer, en todas sus variantes. Saber todo ello, y ser conscientes de los derechos de todos, no propiciará ningún cambio en sus hijos, salvo que se volverán más respetuosos con los demás, a pesar de lo que -desgraciadamente- puedan oír a veces en su casa. Tal avance en el respeto y la concordia sí que es competencia del Estado y, específicamente, de sus docentes.

Y es que no vale la objeción de conciencia frente a lo que es meridiano y no tiene vuelta de hoja, como la necesidad del más pulcro respeto entre nosotros y nuestros semejantes. Abriendo el melón de que cada uno seleccione los contenidos ante los que quiere blindar a sus hijos, entramos en una peligrosa senda. Ahora unos hablan de esto, pero quizá mañana los antivacunas pretendan que a sus vástagos no se les enseñen determinadas partes de la Biología, los terraplanistas boicoteen determinados pasajes de la Física newtoniana, galileana o copernicana, y los negacionistas de la llegada a la Luna, del Holocausto o del desembarco en América pretendan reescribir su propia y orwelliana Historia, preservando a sus retoños de tales capítulos de los libros de tal asignatura.

No. En Educación no podemos hacerles la ola a quienes quieran elegir a la carta qué contenidos obligatorios tocan y cuáles no, en función de sus propias ligaduras. Y es que el conocimiento y, sobre todo, el enfoque de derechos, son inalienables. El respeto a la libertad de todos, preparando a las nuevas generaciones para ello, es el mejor constitucionalismo posible, muy por encima incluso que la tan cacareada por ellos unidad de España.