Partido patriótico y de mucha bandera, Vox ha incurrido sin embargo en la paradoja de adoptar un concepto anglosajón -el PIN- para definir su último o tal vez ya penúltimo combate a favor de España. Y de sus niños.

Propone esta formación de derecha sobrada la instauración de un PIN parental que, a modo de llave y ciérrate Sésamo, permita a los padres bloquear el acceso de sus tiernos retoños a ciertas actividades escolares. La idea consistiría en una educación a la carta en la que no entrasen aquellos contenidos que los padres consideren doctrinarios.

La ocurrencia ha desatado, como se sabe, una polémica de vasto alcance que implica a políticos, profesores, padres y opinantes en general, aunque no se trate de una novedad en sentido estricto.

Los más añosos recordarán que, en tiempos del antiguo régimen dictatorial, los programas lectivos incluían ya dos asignaturas de carácter doctrinario que, además, puntuaban para la nota final. Una de ellas se llamaba Formación del Espíritu Nacional, si bien los alumnos, muy intuitivamente, se referían a ella por el más conciso nombre de Política. La otra era la disciplina de Religión, que pretendía introducir directamente el dogma del catolicismo en las frágiles meninges de los rapaces.

Cierto es que el alumnado no se tomaba demasiado en serio aquella intromisión de las doctrinas políticas y religiosas en la escuela. Se las conocía, junto a la de Educación Física -abreviadamente, Gimnasia- como Las Tres Marías, dada la escasa importancia que se les concedía frente a las enseñanzas realmente útiles.

Por fortuna, los dirigentes de Vox no han llegado al extremo de proponer que se restauren aquellas disciplinas; aunque alguno dejó caer la necesidad de recuperar para las niñas las clases de Corte, Confección y Bailes Regionales que impartían, por lo general, las animosas señoras de la Sección Femenina de Falange.

Tampoco han propuesto sustituir los nombres de bares y comercios que pudieran considerarse poco patrióticos, tales que el McDonald's, el Burger King o cualquier otro de resonancias extranjeras. Esto ocurrió durante los primeros años del régimen de Franco, que obligaba a cambiar nombres foráneos (El Corte Inglés se salvó milagrosamente); y alumbró todo un surtido de zapaterías, tintorerías, cines, garajes y cervecerías con el rótulo de La Imperial.

La ensaladilla rusa se transformó por aquellas divertidas fechas en ensaladilla nacional; Caperucita Roja pasó a llamarse Caperucita Encarnada y hasta el coñac fue castellanizado con la extraña palabra "jeriñac", que al parecer aludía al jerez.

A Vox se le buscan -justamente o no- conexiones con algunas ideas franquistas; pero al menos en lo tocante al lenguaje, sus dirigentes no dudan en recurrir a los anglicismos que tanto detestaba el Caudillo.

El ejemplo más claro es el del PIN, acrónimo inglés extraído de las palabras Personal Identification Number, o número de identificación personal. Podrían haber elegido "control paterno", o "vigilancia parental", pero quia: los patriotas de la lengua optaron por el anglófono PIN para bautizar su iniciativa, tan controvertida estos días.

Al final, esto va a ser un juego de pin y pon para mantener distraído al personal mientras el Gobierno va a lo suyo. A los de Abascal, por lo que se ve, les gusta el pin piribin pin pin de la bota empinar, parabapapa. Viva el vino.