Los peores miedos proceden de la anticipación", afirma un personaje de Mad men citando a un clásico que ahora no me viene. Es cierto, yo mismo he pasado por la vida imaginando catástrofes que nunca sucedieron. Significa que me podría haber ahorrado todo ese padecimiento. Pero ya es tarde para remediarlo. Ya no puedo evitar la angustia que, cuando mis hijos eran pequeños, me producían las puertas y los dedos. Me parecía imposible que habiendo en el mundo tantas puertas y tantos dedos, la mayoría de estos no se perdieran al cerrar aquellas. Las manos de mis hijos, pese a mis presagios, han crecido sanas y fuertes, pero ahora vienen los nietos a poner en peligro las suyas, que son de mantequilla. He anticipado, en fin, cánceres que no se manifestaron y accidentes de avión que no se produjeron. Mi vida está llena de desastres reales, pero ninguno de ellos se me pasó por la cabeza hasta que pasaron por la realidad.

Los peores miedos proceden de la anticipación.

Y esto, que sirve para la existencia individual, sirve también para la colectiva. ¿A quién se le ocurrió, por ejemplo, la llegada de la crisis económica de 2008? A nadie. Vino de un día para otro y habitó entre nosotros. Estaba escrito que los hijos vivirían mejor que los padres, pero ya vamos viendo para lo que sirven las escrituras: para envolver el pescado. Lo que venimos denominando el conflicto catalán se presentó también en 24 horas. Un miércoles había un 10% de independentistas y el jueves habían crecido hasta el 48%. De súbito, el vecino al que pasabas a pedirle una tacita de sal se convirtió en un adversario con el que evitabas coincidir en el ascensor. Todo ello sin que ningún analista político o vidente se hubieran atrevido a predecirlo. Penábamos por otros asuntos, no por ese.

Los peores miedos proceden de la anticipación.

El protagonista de La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, se consume imaginando su agonía y cuando esta llega exclama: "Ah, era esto", como diciendo "menuda tontería". La muerte es una tontería que nos angustia desde los siete años. Dejemos, en fin, de sufrir por el futuro porque es una entelequia: no existe hasta que llega y nunca es como lo habíamos imaginado ni entra por la puerta que le habíamos abierto. El futuro es un tigre de papel.