La estupidez mata más que el coronavirus. En su caracterización de fanatismo dio un ejemplo reciente en Irán. Cuando Trump mató, dron mediante, al general Soleimani, el segundo del imán Ali Jamenei, Irán prometió una dura venganza. En el funeral, que fue una manifestación antiestadounidense murieron más de 50 personas en una estampida humana. La estupidez mata más que el dron.

La connivencia de estupidez y coronavirus es deletérea. Cuando ya se sabía de la enfermedad y se intentaba contener su contagio, las autoridades de Wuhan, epicentro epidémico, prefirieron batir un récord de personas comiendo al unísono (su masticación tiene que ser muy ruidosa) y un banquete de 40.000 familias fue una orgía coronavírica.

China debería estar excluida de los récords de participación por el mero hecho de ser China. El país es un récord incesante de participación -aunque no se registre- que rompe las reglas de la competición porque va dopado por un régimen totalitario que planifica una ciudad de 3 millones de personas y la construye y rellena a la orden de "vosotros para allá".

Cuarenta mil familias para China es un récord facilón. No parece demasiado para Gijón en agosto. Esos retos hay que dejárselos a Teruel, capital simbólica de la España vacía, para que el libro de los Guinness la ponga en el mapa del mundo, aunque también la incluya en el mapamundi de la estupidez como la que inspira tantos récords en tantos casos.

El coronavirus es micro, la estupidez es meso y la epidemia es macro. Para que la OMS decida la peligrosidad necesita una información fiable que China no ha dado y China una capacidad de represión de la estupidez que ni siquiera su régimen autoritario puede asegurar.