Felipe González se refirió a la mesa de Moncloa como performance, palabra inglesa que significa representación, actuación, ficción y que aplicamos a las funciones teatrales. Tomándola por tal y no por real, dijo González que en la reunión, más de tres horas, no pasó nada y en la próxima volverá a no pasar nada. Pero sucede que performance tiene otros significados que evocan realidad, como eficacia, resultados, rendimiento, algo que tienen, sin duda, las representaciones políticas. La mesa de los dos gobiernos, equiparados porque así lo quiso el que preside Torra y así lo aceptó el de Sánchez, no fue puro teatro, mera ficción sin consecuencias, sin resultados. Todo fue real en Moncloa y reales son los rendimientos, desiguales eso sí, que ha producido la función para los dos gobiernos. Rendimientos directos unos y otros, los más trascendentales, más lejanos pero también reales. El más inmediato ha sido para Sánchez la aprobación del techo de gasto gracias a la abstención de ERC a cuyo portavoz, Margall, no le gusta ni ese techo ni la senda de déficit, como a su correligionaria le importaba España un comino, pero no hace al caso porque ellos, dicen, han venido a resolver un conflicto político. En todo caso, con la que está cayendo con esto del coronavirus, hacer números y aventurar cálculos no sabemos si servirá de mucho pero tampoco eso importa al gobierno de Sánchez. Ese primer rendimiento y la misma mesa que iguala al independentismo con el gobierno de España ha gustado mucho a los devotos del diálogo, las sonrisas y el buen rollito. Es el reencuentro entre hermanos separados. Pero ningún rendimiento más para Sánchez. Para el independentismo, en cambio, la simple foto de la mesa que equipara a los dos gobiernos ha sido un éxito, la representación entera lo ha sido, como lo fue hace días la visita de estado de Sánchez a Cataluña. Ha sido una devolución de la visita pero a lo grande. Los gobiernos catalán y español reunidos en Moncloa con despliegue de cámaras y declaraciones. Como es obligado en los encuentros entre gobiernos de Estados distintos. Me recordaban a los encuentros con los gobiernos vecinos de Portugal, Marruecos y Francia. Solo por las imágenes y las crónicas les ha merecido la pena la representación a los independentistas. Es fácil imaginar el comentario de la UE. Toneladas de vitaminas para el independentismo entero, el de Junqueras, Torra, con lazo en la mesa, y Puigdemont. Sin diferencias porque el independentismo está unido en sus objetivos aunque pueda divergir, y no tanto, en los plazos. El independentismo ganó en rendimientos inmediatos, porque son reconocidos como actores distinguidos, diferenciados del resto de comunidades, y porque han obligado al gobierno al reencuentro, sin mesa no hay legislatura, dijo Rufián. Además, la vicepresidenta Calvo les ofreció cariños y reforma del C. Penal, en la línea de Iceta y el ministro de Justicia, a los condenados ya en semilibertad y con empleo. Sumemos los rendimientos económicos y competenciales ya apalabrados y pocos dudarán de que el independentismo ganó la partida en la mesa. Sánchez con la abstención de ERC pero con el voto negativo de los de Torra, ha sacado adelante el techo de gasto pero nada más. Y piensa que los ha engañado.

A cambio, Sánchez ha regalado el rendimiento mayor porque el independentismo no ha escuchado el único mensaje que cabía hacerle desde el gobierno, a saber: que mi gobierno a partir de ahora va a acometer todas las políticas necesarias, a corto, medio y largo plazo, para que se desinfle el independentismo en proporciones máximas, porque es voluntad del gobierno que ese 60% de voto que Iceta estableció como el punto de no retorno a partir del cual sería obligado acordar con el independentismo las condiciones de su marcha, no se alcance nunca. Ese mensaje u otro parecido no se ha enviado por el gobierno que ha preferido la senda del diálogo con más cesiones, como si el principio dispositivo no tuviera límites. Por ese silencio de Sánchez el independentismo grita lo volveremos a hacer, confiado en conseguir más pronto que tarde el 60% que estableció Iceta. La mesa fue una performance pero con resultados desastrosos para el anfitrión y sus gobernados.