El señor Núñez Feijóo, convencido de obtener una nueva mayoría absoluta en los próximos comicios, se ha convertido, posiblemente sin pretenderlo, en un verso suelto dentro del Partido Popular al establecer formas políticas personales de entendimiento, excepto con Vox aunque necesitase sus votos si fuesen necesarios para presidir la Xunta nuevamente. Estos días, la marea mediática de alcance nacional se ocupa de su política lingüística gallega, comparable con la coercitiva que rige en Cataluña, Baleares, Valencia y el País Vasco que, se dice, "atentan con el criterio de excelencia" que debe presidir todo sistema educativo. En Galicia, se puntualiza, que el requisito Celga 4 exige acreditar el conocimiento del vernáculo, por ejemplo, para ser profesor sustituto a dar clases de inglés, la obligatoriedad de comunicarse desde los centros con los pares de los alumnos en gallego y que los alumnos solo se comuniquen dentro de sus respectivos lugares de enseñanza en gallego. La política del PP galaico no difiere de la del PSdeG que, además de discriminatorio, ha pasado de la opinión a la emoción a través del delirio identitario propio, mediante la exclusión del español. El PSdeG, como en anteriores ocasiones, aspira en constituirse en la muletilla de sus posibles asociados del ala izquierda, convencido de que bastará con recurrir al voto huérfano de memoria. El tan repetido bipartito, Touriño-Quintana, de circuito cerrado, dejó una apreciable herencia. Al menos Feijóo, con su liderazgo fuerte, ajeno a la retórica, utiliza, excepto en su charanga lingüística, la virtud de los verbos para que sus augures tengan sentido. Las campañas electorales deben huir de la difusión dermoestética, cuyos vaivenes resultarían tragicómicos si el ciudadano no se viera obligado a tributar por culpas ajenas.

Como anécdotas poselectorales, recordamos que Fraga Iribarne fue derrotado por un escaño y que las bolsas con los votos de los gallegos, residentes en Venezuela, llegaron al Colegio Electoral de Galicia con dos mese de retraso. Y otro dato: Don Miguel García, socialista, elegido alcalde de Meira (Lugo) fue el regidor que batió el récord de brevedad en el cargo. Nada más tomar posesión hubo de renunciar, instado por el PSdeG, en favor del representante de Terra Galega, para que el socialismo gallego se hiciera con las alcaldías lucenses de Castro de Rey, Láncara y Samos. En suma, un sindicato de intereses de la cúpula impuso la corrección ideológica.