No quisiera yo que les faltase mi ayuda glamurosa y megafashion y trendy y very stylish y voguish a quienes estén ya haciendo números bancarios para tomarse unas vacaciones en Semana Santa o Holy Week o Easter o Pâques o como demonios más posturee llamarla. La verdad es que me da un poco de reparo escribir esta columna, pues voy a ser mirado con condescendencia y piedad, a la vez que tildado de viejuno, pollavieja, boomer desfasado, anacrónico, pureta nostálgico y obsoleto fascista. Pero venzo tal prevención para sosegar -aporreando el teclado- los nervios que acabo de perder leyendo una ristra de modernuras engañabobos milenials o milénicas. Que sí, que hay que vender, que hay que consumir: pero ya me harta tanta tontería. Veamos.

Nunca digan ustedes que les mola largarse a un tranquilo lugar con la ayuda de las recomendaciones de internet y -una vez allí- dejarse aconsejar por los del pueblo: por los locales, como se les llama ahora. Proclamar tal cosa es una ordinariez hoy, propio de pobretones nada cools. Levanten la nariz, miren con altivez y digan ustedes que van a hacer phigitalismo. Es un acrónimo de físico y digital -en inglés, of course- que está ahora á la page total. Hacer, lo que se dice hacer, van a hacer ustedes lo mismo de toda la vida: mirar, orientarse y preguntar dónde se come bien o por dónde se pasea. Pero digan que están haciendo phigitalismo y verán morirse de envidia a hermanos, primos, sobrinos y demás familia. Una cosa importante: no transformen ese palabro en verbo, no whatsappeen diciendo que están phigitalismeando, que suena muy aquello eso de phigitalismear. Asimismo, muchos de ustedes preferirán descansar en "sitios nada masificados cuyo encanto recae en la comunidad que los habita", como informa una revista. Ni se les ocurra anunciar que se van de aldea, que se van a un pueblo: qué expresiones más bastas y ramplonas. Aunque se vayan de aldea o a un pueblo, digan que van a "hacer hiperlocalismo en clave sostenible", toma ya. Al parecer, esa expresión irrisoria dará a entender que ustedes contribuyen "a un mundo más equilibrado, desde un punto de vista medioambiental y económico", toma más ya. No digan que van a hoteles donde no haya niños 'torturables' vociferando: en la actualidad, se llaman hoteles destino. Y ni se les pase por la cabeza preguntar en la casa de comidas si sirven cocina casera: pidan platos "con productos de kilómetro cero", toma y toma ya. Además, salvarán así "al planeta en una experiencia culinaria": que lo acabo de leer, lo juro. Y una vez provistos de "cosméticos efecto 'facetune" -o sea, de repintarse la cara como una puerta, de tunearte el careto, vaya- y de "emular la glass skin", pónganse como motos con el efecto Hawthorne, que consiste en que te observe el prójimo mientras haces ejercicios gimnásticos, porque así te esfuerzas más por aquello del qué dirán. Con la vergüenza que da que te vean mover las lorzas y el panzón, en fin. Hagan, pues, caso a los " influencers internacionales del crossfit", y aunque se dediquen a lo que se dedicaron toda la vida (caminar, dormir, jugar, comer... Al aire libre) durante sus vacaciones, háganlo en lengua extranjera, que eso sí que rompe y rasga.

Lo que no he conseguido entender es un asuntillo. Se me ofrece un hotel exclusivísimo a doce horas de avión desde Madrid -y encima con transbordos aéreos, ferroviarios y animales- que presta "un servicio orientado a que el huésped se sienta como en casa". No lo pillo. O sea, me voy al culo del mundo en aviones y avionetas temblorosas y trenes al borde del abismo, y a lomos equinos, bovinos, camelleros, elefantinos o quién sabe qué... Todo para sentirme como en casa. Entonces, ¿para qué diablos voy allí a gastarme un pastizal pudiendo estar en mi hogar como un príncipe? Estamos muy mal, muy mal.