Qué tal están señoras y señores? Pregunta quizá un poco rara, o incluso poco pertinente en los tiempos que corren, con una respuesta además un tanto obvia. Porque independientemente de la fortaleza y el sosiego de cada uno, hay lógicamente un nivel de preocupación verdaderamente alto estos días por la situación en la que llevamos desde hace tiempo. Ojalá los hados nos sean propicios, y que salgamos de esta con el menor coste posible. Pero claro, cuénteselo usted al que le haya tocado ya. El coste, para algunas de las familias que nos rodean ya es, en muchos casos, infinito.

Aún así, mantengo la pregunta, tratando de responderla yo mismo desde el afecto y la esperanza. Espero que estén bien, sí. Cansados, agobiados, preocupados, desubicados, pero bien. Dijo el clásico que estos son los riesgos inherentes a vivir, a pesar de que muchas veces abriguemos la falsa sensación de una muelle seguridad que nos pueda hacernos sentir inmunes a casi todo.

No es así, y en la vida hay problemas. Algunos son llevaderos, otros muy graves y, también, los hay que no se pueden resolver y terminan con nosotros mismos. Enfermedades, accidentes de todo tipo, catástrofes naturales, conflictos... están ahí, y amenazan la paz y la armonía de nuestra propia existencia. Y por eso el exhorto romántico de que vivamos mientras podamos, tratando de quedarnos con lo más bello de cada minuto y relativizando, sobre todo, aquellas cuitas que ni nos hacen mejores, ni nos permiten aportar, ni en las que muchas veces no se nos espera. Creo, sinceramente, que esa es una de las claves no ya de la felicidad, sino del más elemental sosiego y paz interior en el día a día.

Pero hete aquí, y me meto con el tema que hoy traigo a esta columna, que somos especialistas en crear mitos y construcciones mentales que, con los grandes temas, verdaderamente no sirven para mucho. Y una de ellas, de las que hemos hablado no pocas veces, son las fronteras. Esa especie de planteamiento administrativo que pretende confinarlo todo, pero que únicamente nos hace servicio -bueno o malo- en las cosas a nuestra escala humana. Más allá no. Y, como les digo, los grandes problemas, las grandes amenazas y los grandes retos que tenemos no tienen nada absolutamente que ver con nuestras escalas.

Los virus no entienden de fronteras. Y los terremotos tampoco y sus devastadoras consecuencias. Ni los volcanes y sus a veces asesinas erupciones. Ni la contaminación y el cambio climático, con todo lo que conllevan. Los fenómenos climatológicos adversos no son sensibles tampoco a esas divisiones arbitrarias. Ni la plaga de la langosta o cualquier otro tipo de amenaza para nuestras cosechas y, por ende, para nuestras vidas. Las personas somos los únicos que nos hemos organizado en grupos amplios llamados países, con barreras cerradas a nuestra propia convivencia, cultura y movilidad. Pero Gaia, la Madre Tierra, la Pacha Mama, no nos entiende cuando le hablamos de ellas. Y vemos que, además, cuando nos encontramos en la encrucijada y ante la adversidad, las fronteras no son nada. Solamente un mero constructo social y político. Humo y poco más, que no tiene valor ante lo conectados que estamos en las más importantes cuestiones.

Por eso, ante los grandes problemas, solo caben las grandes soluciones. La cooperación. El aprendizaje mucho más allá de los telones de acero, de grelos o de fibrocemento. El estar atentos a las dinámicas globales, y a cómo entre todos podemos seguir asegurando nuestra viabilidad como especie. Porque la del planeta -no se engañen- es muchísimo más clara que la de nosotros mismos, que no somos más que una anécdota en el mágico juego de naipes de la Naturaleza. Otros fueron desde algunos puntos de vista más potentes que nosotros, y sucumbieron, quizá por un meteorito, por una glaciación o por un virus. Y si nosotros queremos salir airosos, no ya ahora, sino también más adelante, tenemos que empezar a entender que las fronteras son relativas. Y que el conocimiento, las capacidades, las personas, las ideas, las alertas, los tratamientos, las terapias, la cooperación, la empatía, el altruismo, el diálogo y muchísimo más trabajo conjunto de calidad son inaplazables en el mundo que se nos viene encima a partir de ahora. Y no solamente los capitales, siendo estos importantes, o las propuestas de consumo. Globalización es mucho más que la actual visión recortada de la misma en clave de mera mundialización económica. Podemos darle la vuelta y entenderla como una forma de cuidarnos entre todos y todas, como única forma de mirar al corto, medio y largo plazo con mayores visos de tranquilidad y progreso real para todas las personas.