¡Estoy harto! Me levanto bruscamente del cómodo sofá, amigo inseparable de estas horas prisioneras, abro la ventana de la sala para que ese viento suave con sabor a salitre, en el que busco refugio, disipe mi malestar y hartazgo; me siento cansado, aburrido de este encierro, pero sobre todo, enfadado. Enfado que acrecentara el bombardeo de información y de fake news que algunas cajas tontas, proclives a los diferentes colores del arco político, envían al espectador situándolo intencionadamente en una guerra de culpabilidades políticas de uno u otro color del arco parlamentario, ajena totalmente en este momento al problema que vivimos en España. ¿Es que, con lo que llueve, los españoles estamos para guerras entre políticos? ¿Es que no hemos aprendido nada? La historia, verdadero libro de sabiduría humana nos ha enseñado que "las taifas", reyezuelos que hacían la guerra cada uno por su lado, nos dice la historia, que solo condujeron a sus reinos a unas consecuencias nefastas. ¿Por qué nuestros representantes solo son capaces de ver "su particular grano" en "su particular ombligo" cuando todo su cuerpo se cubre con una urticaria? ¿No les pagamos suficiente para que piensen en el bien común? No sé ustedes, pero yo pienso que "la Nuestra", "Nuestra" España, la que contiene nuestra vida, sentimientos y recuerdos, esa, la que amamos (la mayoría), es la que está en riesgo, no su grano umbilical.

Ahora, asomado al tragaluz, sé el por qué busco en el aire la respuesta, el por qué esta preocupación, como "Juan pueblo" que soy, me desborda mentalmente; de reojo escudriño un viejo reloj de mi padre, son las ocho de la tarde, ¡de repente! el refrescante aire de mi Galicia se resquebraja con el sonido de miles de aplausos.