Los partidos son conscientes de lo que significa esta crisis del coronavirus y de que "arrimar el hombro" y "tender la mano" son cosas que se dicen, pero no se practican en la sociedad de la distancia interpersonal. Desde la primera tos, los enemigos del Gobierno han buscado que muera de coronavirus. Sería el muerto más joven (97 días cuando escribo). En política esto es tan legítimo como pelear para sobrevivir al coronavirus, que es lo que hace el Gobierno con esa ocupación informativa de la tele pública en la que se confunde con liderazgo lo que solo es reiteración.

La oposición quiere que el gobierno socialista absorba todo el impacto del mangual, ese mazo medieval de cadena con pinchos que se parece tanto al coronavirus. El gobierno saca los nuevos pactos de la Moncloa para evitar que el mangualazo le hienda el cráneo. Si quiere que haya unos pactos anunciándoselos a los presuntos socios por televisión -como si fueran un coleccionable- sin formato ni objetivos ni llamadas posteriores es que no sabe la primera lección de primero de Pactar. Si quiere que parezca que propone pactos y le dejan solo, los miserables a los que no les importa España en la crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial, está presentando el trabajo fin de grado de la política de gestos en la que lleva una brillante carrera.

No hay que enfadarse. Lo hacen por nosotros, entre los que hay un 70% de partidarios del pacto. Vox ha despreciado el pacto porque su clientela -que se toma la fiebre y sale al balcón a gritar "¡Viva España!"- no quiere nada con esta gente. En el espacio que le queda, Casado ejerce la crítica dura, pero espera la llamada que Pedro Sánchez no quiere hacer, ni él responder. Nos polarizan con la idea de un pacto centrista. Genial.