"La mejor política industrial es la que no existe", aseveró una vez un ministro en una sentencia que hizo fortuna. No era liberal sino socialista. Y la pronunció en un contexto muy distinto al presente: en una democracia casi recién estrenada, heredera de unas empresas públicas ruinosas fruto del paternalismo que debía liquidar o reestructurar. Un Gobierno sí puede hacer mucho por su industria. Favoreciendo la competitividad, liberalizando mercados, aportando seguridad jurídica y no reglas de juego diferentes que cambian en mitad del partido y allanando el camino para mantenerse a flote en las tempestades. Y, sobre todo, teniendo claro lo que se quiere hacer. Cada Gobierno en el ámbito de sus competencias. En el de Galicia, por ejemplo, para que sus industrias esenciales, como el naval, afronten el futuro; para conseguir impulsar las innovadoras y para subirse al tren de las muchas líneas de financiación que se están propiciando.

El Gobierno central acaba de aprobar un fondo de 10.000 millones de euros para entrar en el accionariado de sociedades en crisis. Este salvavidas estatal olvida a la mayor parte de las empresas gallegas. La letra pequeña condiciona la participación a que el origen de las dificultades derive exclusivamente de los efectos de la pandemia. Algunos de los conglomerados regionales en una situación complicada la arrastran desde hace mucho. ¿Acaso no es relevante que el parón por el confinamiento haya agravado de tal modo los problemas que deriven en irreversibles sin líneas de ayuda?

Toda la industria española, y la gallega en particular, atraviesa en mayor o menor medida por un panorama incierto. La pregunta pertinente es quién y con qué baremo va a decidir aquellas compañías a las que sí corresponde rescatar. La ambigüedad deja el reparto al albur del capricho y el cambalache. Para algunos sectores funciona de oficio la manga ancha. A otras factorías implantadas en la comunidad, en cambio, nunca les llega la hora.

Llueve sobre mojado. Las fábricas con un alto consumo de electricidad son estratégicas para Galicia, y para España. Tienen además viabilidad, pero tampoco ven recogidas en ninguno de los planes de transformación energética las medidas que necesitan para batirse en igualdad de condiciones con sus competidores. Otra vía de auxilio que se escapa. Algunas eléctricas, por su parte, cierran sin demasiados miramientos a la primera ocasión sus centrales térmicas. Los trabajadores se ven forzados a emigrar a instalaciones de otras comunidades para conservar sus puestos o, peor aún, quedarse sin ellos inmersos en despidos colectivos. La merma económica y demográfica supone la puntilla para comarcas ya de por sí deprimidas como el golpe de Alcoa en A Mariña. Y mientras aquí queda el desierto, para las zonas afectadas de otros lugares se anuncian en compensación proyectos milmillonarios.

España va a recibir, si se cumplen finalmente las previsiones, 140.446 millones de la UE para la reactivación. Los presidentes de los estados miembros afrontan este fin de semana el reto de ponerlo en marcha, en una encarnizada disputa que sigue todavía abierta sobre los requisitos a cumplir por los países receptores más dañados por la pandemia. Ese dinero llegará luego a las autonomías para financiar en parte el desarrollo de iniciativas novedosas y de gran valor que propicien una economía digital, verde y sostenible. Fondos no van a faltar. Lo que se necesita son proyectos y fortaleza política para captarlos y determinación para acometerlos.

Sobre la mesa hay ya en Galicia tres iniciativas ilusionantes, fruto de la comisión para la reconstrucción: una planta de hidrógeno "verde", otra de transformación de masa forestal en fibras textiles para tejidos y una más de purines para generar biogás y fertilizantes. Con ser razonables y ambiciosos, necesitan completarse con otras iniciativas que abarquen más sectores y alcancen al conjunto del territorio equilibrándolo. Y, sobre todo, se necesita determinación.

Gestionar con el objetivo de evitar verse salpicado por los conflictos es más de lo mismo. Saltar de crisis en crisis arrastrando los problemas y lamentarse a cada embestida del sistemático desmantelamiento solo conduce a la frustración.

Rodearse sin prejuicios de los mejores, de un equipo cualificado capaz de impulsar y gestionar, que piense la Galicia no solo del futuro inmediato sino de las próximas décadas y afrontar los retos asumiendo riesgos es la única manera de aprovechar este escenario de oportunidades y propiciar un verdadero relanzamiento industrial. Cualquier otra cosas que se haga será eso, más de lo mismo.