No conozco ni jamás vi en persona al que fue vicepresidente del Gobierno de 1982 a 1991, Alfonso Guerra, también vicesecretario general del PSOE desde 1979 hasta 1997. Pero sé que comparto con él -y tengo el dato por lo expresado por el político en múltiples entrevistas- mi devoción absoluta por una de las -para mí- obras maestras de la historia del cine, Muerte en Venecia. En la misma, Visconti hilvana el magistral relato de Thomas Mann, poniéndole imagen y sonido con enorme acierto. Tanto, que en ese difícil proceso de traducir al cine una novela que has leído antes muchas veces, la cosa no se decanta en este caso estrepitosa y contundentemente hacia el libro, como casi siempre suele pasar. Todo lo contrario, hasta el punto de que, con Muerte en Venecia, es difícil optar.

Yo, después de pensármelo mucho, me seguiré quedando con la novela, después de darle no pocas vueltas al asunto y aún más visionados a la película. Y quizá tenga culpa de esto el Adagietto de la Quinta sinfonía de Mahler, cuyo dramatismo mientras la cámara recorre una desolada e inquietante Venecia, es difícil de describir o de igualar. Como ya les he contado otras veces, hay quien dice que Mann se inspiró precisamente en el compositor alemán para construir el personaje de Gustav Von Aschenbach, interpretado magistralmente por Dirk Bogarde. Silvana Mangano, en el papel de una mujer polaca etérea y vaporosa paseando por el Lido con sus hijos, y especialmente con el guapo adolescente Tadzio -Björn Andrésen- por el que llega a obsesionarse Von Aschenbach, completan un cuadro de actores principales verdaderamente sublime.

Eran los primeros años del siglo XX, y Venecia era una meca del turismo acomodado, que se evidenciaba en hoteles de lujo como en el que hospedaba el escritor Von Aschenbach, deprimido por diferentes avatares de su vida en Múnich. Allí el escritor pasea por el Lido, por las calles venecianas y descubre a Tadzio, cuya abrumadora belleza le cautiva, de forma que la necesidad por verle -a distancia, sin nunca haber mediado con él palabra- termina siendo el objeto de todos sus esfuerzos. Es una película sobre la belleza conceptual, lo efímero de la juventud, sobre la vida y, desde mi punto de vista, aunque a veces se haya pasado por alto esto, también sobre el amor diferente del heteronormativo y convencional.

Pero, en realidad, yo no quería centrarme en Muerte en Venecia, que les recomiendo encarecidamente una vez más si no la conocen, ni hacer pinitos como seguramente no demasiado afortunado crítico de cine. Ni mucho menos. Si hago esta introducción es porque me vienen recurrentemente a la cabeza estos días unos personajes secundarios de tal producción franco-italiana, que conecto con la actualidad que estamos viviendo. Tales personajes son los cómicos, que actúan entreteniendo y procurando el disfrute de los visitantes en el reconocido verano veneciano, llevando a estos espectáculo, humor y... también el cólera. Sublime su jajajajajaja jajajaja jajajá, salpicado de gotitas de saliva, vector de la enfermedad.

Ante tal situación, y he aquí el paralelismo con la actualidad, la callada por respuesta. El ir hacia adelante, sin planificar los posibles escenarios a donde esto puede llevar. Todo un sector, el del turismo, que por no alarmar a los visitantes y provocar una estampida que terminase con los ingresos de una ciudad volcada en ello, minimizan el asunto hasta convertirlo en anecdótico. Algo que llega a descubrir Von Aschenbach, y que trata de trasladar a la madre de Tadzio para que toda su familia huya de un peligro inminente...

¿Van viendo a dónde quiero llegar? La economía, sea la de la ciudad italiana entonces o la de todo un país ahora, es puesta como prioridad principal por quien, legítimamente, entiende que un hundimiento de la misma sería desastroso en términos de pérdidas para las empresas, desempleo y todas sus consecuencias sociales y económicas asociadas. Sí, es verdad pero... ¿cuál puede ser el precio en vidas humanas de tal abordaje? E, incluso, desde el punto de vista económico, ¿no es peor un escenario de pretendida "normalidad" nada normal, que a la larga provocará muchas más pérdidas y, desde luego, mucha mayor desconfianza, amén del referido descalabro para la salud y la vida de personas concretas?

Por eso sí, recuerdo a los cómicos de Muerte en Venecia cada vez que oigo a alguien argüir que la economía es la primera prioridad de todo, incluida la salud general, y que todo hay que taparlo con tal de que vengan muchos turistas del Reino Unido, independientemente de lo que pueda pasar. Y por eso estoy de acuerdo con el Director del Centro de Alertas Sanitarias, Fernando Simón -independientemente de que pueda criticar algunas otras de sus aseveraciones, sobre todo en el estadío inicial de la pandemia- cuando dice que, desde el punto de vista de la expansión de la enfermedad, mejor que no vengan ciudadanos desde tal país. Es que tiene razón. Comprendo, porque es comprensible, que habrá quien con ello vea desbaratarse sus previsiones y, quizá, hasta su patrimonio. Pero bueno, supongo que el Fondo de Reconstrucción, bien orientado, establecerá algunos elementos para suavizar el impacto de lo inevitable. Y, por otro lado, creo firmemente que hubiese sido mejor sellar el avance de la pandemia con un tiempo de aislamiento mayor, acompañado de una disciplina férrea en las medidas de distancia social y prevención, que una situación "a la veneciana", de pretender que no pase nada, mirando para otro lado mientras todo hace agua a nuestro alrededor, y las piras humean en la ciudad mientras sigue sonando Mahler.

Queridos y queridas, esto no es ninguna broma. Y aunque el turismo tiene una potencia descomunal en nuestro país, que debemos reconocer y reivindicar, a veces no queda otra que echar el freno, llamar a las cosas por su nombre y obrar en consecuencia. Lo otro... puede ser bastante irresponsable y hasta terminar cargándose la gallina de los huevos de oro.