Les saludo, amigos y amigas. Hemos comenzado septiembre, y los peores augurios se han transformado en una realidad bastante plomiza. A pesar de que se intente mirar para otro lado, la supeditación de la salud a la economía y la irresponsabilidad de unos cuantos han terminado por dar al traste con los notables esfuerzos de la mayoría por atajar esta pesadilla que, desde el pasado mes de marzo campa libre entre nosotros, cercenando vidas y provocando sufrimiento y dolor. Y ya verán ahora que se abre el grifo de la normalidad de siempre, con una vuelta al colegio que, simplemente, confía en que no pase gran cosa y el regreso generalizado al trabajo. Menos mal que una parte de las empresas mantienen sus esquemas de teletrabajo, pero aún así el panorama es muy sombrío.

Y es que en España, no sé si por alguna de las razones a las que me refería en el primer párrafo o por algo más, incluido un cierto nivel de improvisación y la compleja coordinación de demasiadas superestructuras políticas, enfermamos y morimos hoy por el coronavirus mucho más que en cualquier otro lugar de nuestro entorno. Un verdadero drama, al que no es ajeno el espectacular descalabro en el número de perceptores de pensiones de la Seguridad Social. Algo que aliviará las cuentas de tan maltrecho organismo, sin duda, pero a costa de un macabro panorama, donde faltan muchísimos de nuestros mayores.

Capitán a posteriori me llamarán algunos, dentro de esta nueva colección de insultos posmodernos con los que nos obsequia el pandémico tiempo de las redes sociales y la mundialización. ¡Saben todos bien que no! La hemeroteca no miente, y ya en febrero mis escritos eran coherentes en la línea de aquello tan poco patrio de menos samba e máis traballar. Porque sí, en estas latitudes parece que la samba es lo que prima. Cualquier cosa menos un planteamiento ligado a objetivos, orientado a resultados, y donde la gracia, el chascarrillo y el mezquino juego político estén, definitivamente, vetados.

En fin, que no. Que aquí somos capitanes, grumetes o marmitones, pero a priori. Poco hay, o nada, de lo que nos tengamos que retractar. O de lo que tengamos que decir "Diego" por haber dicho, y en la hemeroteca está todo a su disposición. Y eso, viendo como está el panorama nacional, no es mal nivel, no. Porque, de verdad, asusta ver mucho de cómo se escribe toda esta historia, y cómo evolucionan sus protagonistas.

Mientras, la vida sigue. Y, como la misma es lineal y tiene un principio y un final, por mucho que queramos convertirla en algo cíclico, algo habrá que hacer para dotarla de proyectos singulares, más allá de comer y dormir, trabajar y seguir en ello mientras se pueda y nos dejen. Sí, ya sé que hay muchas cositas diferentes, que surgen y desaparecen, que a todos nos mantienen ilusionados y que se concretan en aficiones, intereses, proyectos de diversa naturaleza y colaboraciones de toda índole. Pero sepan que mi cabeza, y se lo cuento por aquello de lanzar cabos al futuro, que nos conecten con una idílica situación pospandémica, se ha ilusionado en llegar a Grecia en velero, poco a poco y a fuego lento, saliendo de Coruña y tocando mil y un puertos antes de acercarnos a la Hélade. Ya saben, esa homérica denominación para la región de la Grecia continental habitada por los helenos, y luego extendida para nombrar a todo el país.

Sí, la Hélade. ¿No les mola? Salir de Coruña y tener como primera meta Laxe para avistado O Pindo y con el permiso de Vilano, Touriñán y Fisterra, ir tocando poco a poco diversos puertos de nuestra Galicia, recalar -con previo permiso- en la belleza única de Cíes, y acariciar las Rías Baixas para sumergirnos en ese hermoso país vecino, siempre lleno de luz, que es Portugal. Parar en Porto -no sé si esta vez me dejarán subir por el Douro-, enamorarse con Lisboa mil veces más, y volver a contemplar boquiabiertos Joao d'Arens, Benagil y otros milagros de la naturaleza del Algarve. Poner los cinco sentidos, o alguno más, para el Paso del Estrecho y ser recibidos por ese Mediterráneo tan lindo y donde, a la vez, se escenifican crudas batallas contra el hambre y la falta de oportunidades, muchas veces con el resultado de muerte. Ir subiendo, poco a poco, dejando a babor la Península, y disfrutando de la belleza de tantos enclaves desde el telúrico Cabo de Gata al incomparable de Creus. Vivir el mar, volver a rodear Ibiza y Formentera, llegar a Mallorca y Menorca, fundirse con la Costa Brava, para seguir luego por la bellísima Costa Azul francesa, camino de la fuerza de la luz en Italia. Mil lugares allí para fondear y navegar casi al pairo, de la Toscana a Napoli y sus Campos Flégreos, llegar a Sicilia y, en la punta de la bota, evaluar tiempo y recursos para optar o por una travesía más directa o, mucho mejor, vuelta a costear poco a poco descubriendo, viviendo y navegando, recreándonos en la próspera y bella Eslovenia y siguiendo por unas para mí inéditas costas de Croacia, Bosnia, Montenegro y hasta una hoy mucho más abierta Albania. Y, al final, Grecia. Volver a visitar lugares casi épicos. O épicos, directamente, como Delphi, el templo de Poseidón, la Olimpia de los Primeros Juegos, o sus incontables islas que lo evocan casi todo solo con nombrarlas...

Pues ahí queda... No sería mala idea para rematar la jugada, dedicando a ello de seis meses a un año, sin prisa pero sin pausa. Venciendo los miedos y aprovechando para seguir aprendiendo y asombrándonos. Hoy es sueño, pero a ver... Sigo contándoles...