Jugar es indispensable para la vida, queridos amigos y amigas. Si los niños no juegan, algo queda lastimado en su desarrollo. Y, a lo largo de toda la vida de la persona, jugar implica explorar, divertirse, empatizar, moverse y disfrutar. Jugar es fantástico. Yo sigo jugando... y el día que no lo haga, si me quieren, preocúpense.

Pero yo creo que cuando jugar se aplica a ese otro ámbito, relacionado con ganar o no en función del azar, con algo tan vacío y pasivo como apostar o cuando todo ello puede comprometer la salud de las personas, entonces estamos ante un significado netamente diferente. Y así lo recoge el diccionario de la Real Academia Española. En su acepción número 1, jugar es "hacer algo con alegría con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar determinadas capacidades. En la 4, jugar se identifica con "tomar parte en uno de los juegos sometidos a reglas, no para divertirse, sino por vicio (sic) o con el solo fin de ganar dinero". Y, finalmente, en la 17 y en la 18 es, respectivamente, "apostar en el juego" y "perder en el juego". Ya ven las cosas de la polisemia... en castellano decimos jugar para expresar lo primero, que implica alegría, diversión y desarrollo, y también usamos la misma palabra para ese acto que, si se convierte en habitual, termina literalmente destrozando a la persona y, con frecuencia, a todo su entorno.

He conocido historias muy tristes vinculadas al juego, y más tarde a otras adicciones, al sinhogarismo o al suicidio. Y las que me han dejado más helado y más conmocionado son las más recientes, vinculadas todas ellas a personas menores de edad y al juego en línea. Sí, a ese que se promociona con músicas machaconas en nuestros aparatos de televisión, y que ha enganchado ya a una cantidad significativa de adolescentes. Una verdadera mierda (con perdón), venida a veces del extranjero, pero que tiene dentro de nuestras fronteras y muy cerca de nosotros a algunos exponentes importantes.

Jugar no aporta nada. Bueno, es mentira. Jugar aporta destrucción. Ruina. Adicción. Jugar aporta esclavitud. Jugar aporta ansiedad, destrucción de la personalidad, desubicación y, a veces, situaciones verdaderamente irreversibles. He tenido la suerte de hablar más de una vez y compartir foro sobre estas cosas con valientes que un día jugaron, y que hoy tratan de ayudar a los demás. Gentes como las de la organización coruñesa Agalure, o de algunos otros buenos ejemplos en nuestra Galicia en tal línea. Y cada vez que he podido escuchar sus reflexiones me he afianzado más en mis propias convicciones, en el sentido de establecer un marco en el que tal tipo de propuestas no campe a sus anchas, ni mucho menos.

Es por todo ello que el tratamiento publicitario dado hasta el día de ayer al juego en España era, directamente, vergonzoso. Porque, miren, si uno va a un Bingo o a un Casino, siempre pudo inscribirse previamente en el registro voluntario que impide el acceso a este tipo de instalaciones, y se trata de un ámbito donde hay más barreras de entrada. Pero el juego en línea se ha colado directamente en el salón de todas las casas y esto, en manos de un menor un poco descolocado, ávido de nuevas sensaciones y un poco hastiado de lo cotidiano, es dinamita. Se lo aseguro.

Pero algo ha cambiado, y lo aplaudiré sin ambages. Esto tiene que ver con la aprobación, en Consejo de Ministros, de nueva normativa sobre el juego en línea, mucho más restrictiva y orientada a acabar con la cada vez más temprana entrada de nuestros jóvenes en el ámbito de la ludopatía. Y es que, ¿sabían ustedes que algunos chicos de 14 años ya han sido captados por las luces, las músicas y las imágenes que arruinarán sus vidas, con la connivencia de famosos que no tienen reparos en participar en semejante masacre? Unos personajes famosos a los que los chavales idolatran y que, a partir de este Decreto, tienen expresamente prohibido participar en ese tipo de publicidad, por su papel de prescriptores sociales. Me alegro.

Coincido con el ministro de Consumo en que esta ley "da una respuesta a una necesidad, a una alarma social que se había generado durante los últimos años". Y es que, ¿han probado ustedes a ver televisión en un canal general, con anuncios, en la franja horaria de la noche? Da pena. Y no, no es cuestión de gustos. Porque el juego genera enfermedad, y es necesario sacarlo de las casas para dirigirlo mucho más, a ámbitos muy concretos, y por supuesto de adultos, verificados y certificados. No de menores de edad.

Se estima que la norma, que prohíbe la publicidad audiovisual del juego fuera del horario de una a cinco de la madrugada, tirará por tierra al noventa por ciento de los anuncios de este tipo. Ojalá esto se lleve también consigo al noventa por ciento de los casos de problemas en menores relacionados con el juego. Tampoco los clubes deportivos podrán exhibir publicidad de este tipo de actividad, con el fin de deslindar el deporte del mundo de las apuestas. Todo ello, así como el veto a los bonos regalo que buscan meter a cada vez más personas en este mundo, dará sus frutos. Porque el juego no es inocuo, ni aporta nada. Sensaciones vacuas, intensas y fugaces y, después... un gran agujero en el calcetín de los ahorros y, más veces de las que se piensan, vidas y familias desestructuradas y muchos problemas.

Bueno, ya ven. Hay también espacio para algunas buenas noticias en estos días aciagos. Yo, por cosas como esta, le doy la enhorabuena al actual Gobierno de España, aunque otras muchas veces opine en sentido contrario. Es lo que tiene la libertad de pensamiento.

Sí, mi enhorabuena, señor Sánchez y señor Garzón. Otros, en la oposición, sobre esto jamás hubieran movido ficha.