Lo primero que me vino a la cabeza fue pensar que se repetía aquello de ver crecer un lirio en un estercolero, porque en medio del maremágnum de conflictos tremendos, epidemias, atentados y todo tipo de desgracias ves aparecer un destello de felicidad, una dedada de cordialidad que te hace recobrar la confianza en el mundo en que vivimos. Ojeando las páginas de un diario me paro en una hoja que informa de un sentido adiós —son palabras textuales del titular sin referirse a ningún muerto sino a un viviente— a un profesor que se jubila al cabo de 35 años de docencia y de dirección en un colegio público. Pero lo mejor del caso es que el homenaje no fue sólo, como cabría pensar, de sus colegas y alumnos, sino de muchos vecinos de O Valadouro (Lugo) que esperaron a que saliese del centro escolar a las tres y media de la tarde, iniciando así su jubilación, para entre aplausos y parabienes hacerle entrega de un ramo de flores e irle festejando, con las oportunas medidas de protección por la emergencia sanitaria que atravesamos, por las calles de la localidad hasta su domicilio. Ojalá se prodigasen más informaciones de este tipo.