Les saludo en este 14 de noviembre, en el que el mundo se fija especialmente en aquellas personas que conviven cada día con la diabetes. Y lo hago con ilusión, esperando se encuentren todo lo bien posible en estos duros tiempos que siguen siendo, sobre todo, raros. Ojalá los hados les hayan sido propicios, y el devenir de su peripecia en estas últimas jornadas les haya colmado de satisfacciones. Ojalá.

Por mi parte, y después de un saludo muy especial a mi persona con diabetes favorita, un ser humano llamado Malenita, cuya sonrisa es capaz de crear magia y color, y que a los siete años ya tuvo que lidiar con un mundo de inyecciones de insulina, niveles de glucemia, e ingresos y revisiones continuas en el fantástico servicio de Endocrinología Pediátrica del Hospital Teresa Herrera (Chuac), voy a seguir insistiendo de alguna manera en la importancia de la ciencia y lo científico, y de que nuestra sociedad coloque en un primer plano los logros de tal mundo, así como sus necesidades, carencias y realidades. Porque la ciencia, queridos amigos, nos puede aportar mucho, desde diferentes puntos de vista. Y, si no somos conscientes de ello, quizá la misma se quede en un segundo o tercer plano, como ha pasado durante tanto tiempo en este país y que hoy, a pesar de las declaraciones de intenciones, loables pero que no bastan, sigue pasando. Y eso, créanme, no es un buen panorama...

Hablo de ciencia porque siempre toca, pero también porque un día como mañana, 15 de noviembre, se celebra el patrón de las Ciencias Exactas y Naturales. Es un día grande para la ciencia básica, la Física, la Química, las Matemáticas y la Biología, y todas sus derivadas. Y es que se celebra la festividad de S. Alberto Magno, cuya contribución dio un fuerte impulso a este conjunto de disciplinas.

Si nos paramos a analizar el aporte de Alberto Magno, tendremos que referirnos directamente a la obra de Aristóteles y a la correspondiente al mundo árabe, extensa y valiosa, que hasta entonces estaba muy desligada del corpus de conocimiento que se impartía en las universidades europeas. No pierdan ustedes de vista el hecho de que el enorme conocimiento de los árabes en materias como Matemáticas o Medicina estaba directamente prohibido en las sedes del conocimiento de Europa, al igual que los libros del Estagirita, considerado pagano. Pues bien, la gesta de Alberto Magno es que, siendo fraile y hasta obispo, y bien pudiendo navegar en la ortodoxia desdeñando todo ello, recupera el inmenso acervo científico contenido en los escritos de todos ellos, volviendo a traerlos a un primer plano en la Academia. Inmenso observador de la Naturaleza, Alberto Magno estudia el conocimiento científico y lo transmite a sus discípulos. El principal de ellos, Tomás de Aquino, ha pasado con fuerza a la Historia, mucho más allá que su maestro.

Alberto Magno reivindicó el empirismo, y su célebre frase “estuve allí y vi qué ocurrió” fue el mejor antídoto posible sobre los prejuicios de toda índole, que poblaban las mentes del siglo del siglo XIII. Y no se me escandalicen si apostillo “y las de ahora”. Y es que el observar la realidad para de ella sacar conclusiones, formular hipótesis, diseñar experimentos que las validen o refuten y encontrar nuevas leyes o teorías sigue siendo el mejor método para conocer: el método científico. A partir de tal proceder, Alberto Magno realiza muchísimas contribuciones en ámbitos desde la Alquimia (posterior Química) a la Biología, pasando por la Astronomía o la Física. Hablamos sobre ámbitos como el de la reproducción, la obtención de elementos químicos de la Naturaleza, el estudio de fenómenos refractivos, el motivo de la caída al suelo de los cuerpos, la anatomía humana y un largo etcétera...

Alberto Magno hablaba también sobre Teología y Filosofía, estando de acuerdo con Aristóteles en el sentido de que la amistad es una virtud, y desarrollando el contenido metafísico inherente entre la amistad y la bondad moral. A partir de aquí, Alberto Magno describe varios niveles de bondad: lo útil, lo placentero y el bien auténtico o no calificado. Fíjense que, a partir de aquí, se plantean tres estadíos de amistad, uno para cada nivel. ¿Les suenan en su día a día? Son la amistad basada en la utilidad, la amistad basada en el placer y, la más grande, la amistad basada en la bondad sin reservas. ¡¡Lo compro!!

Bueno, pues ya ven. Hoy ha tocado de nuevo hablar de ciencia, a partir de mi “introito” sobre la diabetes y su día, hoy, en el que conmemoramos el aniversario del nacimiento de otro científico, Frederick Banting, canadiense que, junto con Charles Best, descubrió la insulina en 1921, marcando un antes y un después para el tratamiento de esta patología. Solo, para rematar, retomo el concepto de amistad de Alberto Magno, esperando poder progresar con ustedes en ese último tipo de la misma, tan sugerente para mí... sin esperar nada, a fondo perdido... ¡Cuídenseme!