Tuve ocasión estos días, amigos y amigas, de escuchar, leer y ver las declaraciones de determinados responsables competentes en materia de lucha contra la pandemia, tanto a nivel nacional como de la autonomía de esta nuestra tierra, Galicia. Y les confieso que me quedé atónito. A la sorpresa inicial siguió, literalmente, una cierta incredulidad. No, no podía estar oyendo eso. Y a las mismas lo lógico sería que le siguiese un cierto enfado, in crescendo, que seguramente terminaría siendo mayúsculo. Esta última fase no la experimenté porque, miren, uno ya está curtido en algunas batallas, y ha comprendido hace tiempo que tales sentimientos de desasosiego y desazón solamente comprometen la tranquilidad del protagonista, sin que los causantes de tal estado ni siquiera se enteren. O sea que, de enfado, nada, que va mal para la salud. Pero decepción tras decepción, sí. Sentimiento de que, o bien este país no tiene arreglo o, si lo tiene, mucho cambio tendrá que producirse no en las cosas de la política, lo cual no deja de ser un kindergarten y un mero reflejo del resto, sino en la propia esencia de la construcción social colectiva.

El caso es que ese cutre discurso que impera ahora y que o bien admite que “quizá las cosas tendrían que haberse hecho de otra forma” o que “bueno, parece que no nos hemos portado de forma adecuada en Navidad” no tiene pase. Supone un ejercicio ladino de realizar el siempre grave “balones fuera” en quien se supone que ha de controlar determinado fenómeno, y también una deslealtad a una importante mayoría, que hace las cosas muy bien o bien o que, por lo menos, trata de hacerlo hasta donde llega su entendimiento, y que demanda claridad en las instrucciones que se le pasan.

No vale decir que “quizá nos hemos equivocado”. Y, ¿saben por qué? Porque muchos ya advertíamos de que era una auténtica animalada lo que se iba a permitir hacer con el triste lema de salvar la Navidad. Evidentemente la responsabilidad máxima está en quien no solo en las fiestas, sino desde que comenzó esta pesadilla, guía sus pasos tratando de caminar todo el tiempo en el filo de la navaja de lo que “se puede” y “no se puede hacer”, exprimiéndolo al máximo, en vez de realizar una reflexión sincera de “qué conviene” o “no conviene” en cada momento, con los ojos puestos en la salud propia y en la de los demás. Sí, tal responsabilidad es evidente. Pero, vista la necesidad de tutela de una importante parte de esta sociedad, las autoridades competentes —que lo son siempre, desde su nombramiento hasta su cese— tendrían que haber sido mucho más taxativas. Más ejecutivas. Y decir que, por aquellos barros, estos lodos. O, dicho de otra forma, que muchas personas ¡están muriendo! y ¡morirán! por aquella inocente cañita con todos a rebumbio, una entrañable y deseada cena de Nochebuena en la que ¡malo será! o situaciones similares.

No vale tampoco lo de que “quizá nos portamos mal”. No. Te habrás portado mal tú. Hay quien, consecuente y coherente, lo ha hecho todo de libro. Todo. Quien no ha tocado su mascarilla sin higienizar después una vez más sus ya maltrechas manos. Quien ha tenido que alejarse mil veces de quien no acababa de entender eso de la “distancia social”. Quien ha ventilado hasta la extenuación cuando esos mismos que ahora desvían la responsabilidad afirmaban que podíamos estar seguros por el aire, o que nos proponían unas aberrantes mamparas —generan cubículos que dificultan la aireación— en espacios tales como aulas. Quien ha dejado de ver a su familia en momentos verdaderamente desgarradores. Y quien insiste en que más vale seguir con una vida contenida y paradita, que contribuir a la agudización severa de nuestros actuales problemas de salud pública. Los de todos.

No. No nos portamos mal. Pero es cierto que hay una parte de esta sociedad que no atiende a razones y que parece que, simplificando, todo le importa un pito. Y responsables públicos que tratan de soslayar sus patinazos mirando para quien, simplemente pasaba por allí. Y no, no me refiero a esos aspectos que, sobre la marcha, es lógico que cambien según se conoce más del virus y de su enfermedad asociada, sino a elementos evidentes y sólidos a estas alturas, como la necesidad de enfriar nuestra relación social, como única forma de evitar, por ahora, que todo el sistema de salud entre en una dinámica absoluta de caos y deje de poder atender a quien lo necesita.

Señores políticos y señores técnicos, dos cositas. Por un lado, la política precisa responsabilidad, sabiendo dar la cara cuando hay que decir que lo que yo avalé o propuse no era lo correcto. O ya antes, saber explicar con firmeza por qué no se apoyará, bajo criterios técnicos solventes, lo que un determinado colectivo espera. Y lo técnico debe circunscribirse, sí, a tal ámbito de lo técnico, en la materia donde cada uno sea competente, sin atreverse a utilizar un púlpito de tal naturaleza para pontificar, generar opinión o, simplemente, tergiversar la realidad. Si partimos de ambas premisas, el alto responsable político autonómico que, ahora, nos cuenta que las cosas se debieron hacer otra manera en Galicia, se confunde y pretende confundirnos. Y el responsable técnico nacional en materia de la pandemia, cuando nos dice que “los españoles quizá nos portamos mal” tendría que saber que una muy buena parte de la población va por delante de lo que se le pide en materia de restricción de todos los aspectos de su vida diaria, y no puede generar dudas sobre tal praxis. Ha de focalizar sobre conductas concretas, colectivos concretos y, como técnico, pedir a los políticos que actúen explícitamente sobre ello.

Bueno, iba a hablar hoy de otra cosa pero... no puede ser que sigan metiéndonos a todos en el mismo barco. O sí, pero con roles y actitudes bien diferentes. Y nos hundiremos sí, pero son otros los que han tirado del tapón de fondo, originando una cada vez más importante vía de agua. A pesar de tantas cosas bien hechas.