¿Qué tal les va? Saludos en este nuevo 16 de enero de 2021, único e irrepetible, como cada una de las jornadas con las que nos regala la vida. ¿Se dan cuenta? Hace dos telediarios celebrábamos -por decir algo- el fin de año. Y ahora, de los doce meses del año ya ha pasado la mitad del primero. Esto vuela, amigos y amigas. Antes de que nos demos cuenta, estaremos otra vez pendientes de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol. Ojalá, porque eso significa que estaremos para contarlo y que, además, habremos pasado estos días y meses inciertos... ¿Cómo serán las cosas entonces? Pues obviamente nadie lo sabe, pero la meta es el propio camino. Lo decía ya Aristóteles en el siglo IV a.C., y nosotros lo refrendamos a pies juntillas.

¿Saben? Reflexionaba ahora con alguien sobre lo poco justo que es que la gran mayoría que ha hecho bien las cosas tenga que pagar el pato por las barbaridades que otros cometieron. Reuniones familiares sin tino ni control que han derivado en brotes masivos de la infección por SARS-CoV-2 están implicando reprogramación de operaciones quirúrgicas, un necesario aumento generalizado de las restricciones y, sobre todo, un mayor riesgo para todas las personas. Y ellos, los que han hecho lo que les ha dado la gana, muchas veces aún tienen más que decir, mientras los que hemos sido no ya cautos, sino ultraprudentes y mucho más restrictivos que lo que nos pedían, asistimos atónitos a la falta de responsabilidad imperante a nuestro alrededor. ¿De verdad esta sociedad es tan frágil? ¿Es la “libertad de expresión” una patente de corso para difundir cualquier tipo de idea, que atenta contra cualquier atisbo de racionalidad? ¿Puede hacer cada uno exactamente lo que le dé la gana, sin atenerse a las consecuencias en términos de responsabilidades, incluso de orden penal?

A las anteriores preguntas, mi respuesta es que creo que no. No vale no molestarse en estudiar nada y luego apuntarse al carro de ser “antivacunas”, “terraplanista” o cualquier despropósito similar. No vale no entender nada y cuestionar al que dedica su vida a, pongamos por caso, la ciencia. Y no vale que, por ser estrella del pop o ser guapito y youtuber de moda, tu lógica imbuida de prejuicios y desatinos se anteponga a la de las sociedades científicas. No, no vale todo, y si hay una medida de lo importante que es la educación, esta es la de un momento como este. Es importante saber, lo cual siempre implica ser consciente de no conocer en muchos otros ámbitos. Y por eso las personas más ilustradas siempre tienen el “no sé” más en la punta de la lengua que los que reparten certezas absolutas alicatadas a base de prejuicios y de perogrulladas de las redes sociales, con respuesta para todo.

Con todo, vuelvo a la idea anterior... Qué pena que la irresponsabilidad de algunos nos haya puesto tan al borde del precipicio, y que la vida sea ahora aún más difícil simplemente porque para ellos la faceta del bien común quede demasiado lejos de su pensamiento y su ética. Qué pena la actual sobrecarga del sistema de salud, la difícil situación para sus profesionales y los extracostes que tendremos que asumir entre todos, y que podrían haber sido evitados con una praxis más responsable y unas medidas, desde el principio, mucho más orientadas a evitar precisamente lo que ahora nos ocurre que, por anunciado, no ha sido menor.

En fin... Que en estas cuestiones bulle mi cabeza, mientras escribo este artículo un día -ayer- que para mí siempre fue mágico. Mi cumpleaños, sí, estupenda excusa para pensar en lo increíble que es siempre esto de estar vivo, de dar botes por el cosmos a bordo de esta bola que compartimos, y maravillándome por las enormes simetrías presentes en la obra de la Naturaleza. Día de recuerdos, de sonrisas tenues, de alguna lágrima por los que ya no nos acompañan -salvo en el corazón, claro- y, también, de mucho sosiego y paz por todo lo que se ha tenido la oportunidad de vivir. Día de un cierto recogimiento, de vivir momentos del pasado, de imaginar retos futuros y, también, de dar gracias mirando en torno a uno, por tanto y por tantos.

En días como este, no sé muy bien por qué, suelo pensar en aquella bola del mundo. En realidad eran dos. La primera, más pequeña y sin luz, quizá más basta, pero preciosa. Y la segunda, más estilizada, grande y luminosa. Las dos llegaron en diferentes momentos, hoy inconcretos, a mi habitación y a mi vida. Y recuerdo que iluminaron mi vida y mi ansia de conocer. Fueron muchos los momentos en que perdí sobre algún lugar de aquellas superficies mi mirada. Y hoy, sin conocer donde están y qué fue de ellas, las recuerdo a veces. Y, en torno a su icono, a quien me las regaló con ilusión, como un día me regaló la vida... Ellas representaron la inmensidad de lo que me rodea, los extensos territorios entonces o ahora desconocidos, y la urgencia de una vida por vivir...

Hoy la bola del mundo quiere expresarme, de forma meridiana, todo lo que nos une por encima de aquello que pueda separarnos. El hecho de que, sí o sí, formamos parte de un todo. La convicción de que el bien común está por encima de cada uno de nuestros intereses particulares, lo cual es especialmente claro en tiempos de zozobra. Y toda la magia que hay en el hecho de estar vivo, minuto a minuto, hora a hora y día a día...

Sí, cuando duermo sigo soñando muchas veces con la calidez de aquella bola del mundo iluminada...