Podríamos remontarnos lo que quisiéramos en el tiempo, pero por empezar por algún lado, digamos que todo el mundo sabía que en Irak no había armas de destrucción masiva y que apoyar una invasión estadounidense era un despropósito; que todo el mundo sabía que la burbuja inmobiliaria era un gigantesco grano de pus que acabaría estallándonos a todos en la cara; que todo el mundo sabía que los bancos concedían hipotecas a diestro y siniestro sin la menor garantía, que los notarios miraban hacia otro lado cuando el comprador le pasaba un sobre con dinero llamado b o negro al vendedor para completar, incrementándolo sustancialmente, el precio estipulado en la escritura; que, además, todo el mundo sabía que esto lo sabía todo el mundo, desde el banquero al vendedor de pisos, desde el concejal al alcalde y al presidente; que todo el mundo sabía que el vecino vendía su piso por el doble de lo que le había costado solo tres o cuatro años antes y que el precio de los alquileres había empezado a dispararse; que todo el mundo sabía que la liberalización del mercado eléctrico traería subidas de precio y precariedad energética, que es un eufemismo de existencia miserable; que todo el mundo sabía que dejar en manos de los caprichos del mercado y sus mercaderes el manejo de bienes de primera necesidad significaría reducir la dignidad de las personas a una mera cuestión económica; que todo el mundo sabía que España basa peligrosamente su economía en el turismo y la construcción, que las cifras anuales de creación de empleo esconden trabajos poco cualificados, sueldos miserables y contratos temporales; que todo el mundo sabía que el sistema educativo de nuestro país no hay reforma (dios) que lo arregle, que está anclado en una forma de entender el aprendizaje tan desfasada como los llamados currículos de cada asignatura; que todo el mundo sabía que los recortes en Sanidad y su privatización encubierta y no tan encubierta no tienen otro propósito que el de hacer negocio con la salud, y por lo tanto con la vida de las personas; que todo el mundo sabía que Trump era un loco ignorante y peligroso y que Vox es exactamente lo mismo; que todo el mundo sabía que si se relajaban las medidas para la contención de la pandemia en Navidad y la gente celebraba las fiestas como si no pasase nada, enero iba a ser un infierno, que los enfrentamientos políticos y las medidas tomadas sin una coordinación no digo ya nacional, sino internacional, servirán de poco contra un bicho invisible que no distingue patrias ni pueblos ni comunidades autónomas.

Y, sin embargo, por alguna extraña razón, a pesar de que siempre lo sabemos todo antes de que todo ocurra, alguien consigue robarnos la cartera una y otra vez y las cosas acaban saliendo tan mal como habíamos imaginado. Habrá quien piense que nos las sabemos todas. Yo tengo la impresión de que somos idiotas.

*Escritor