Vuelvo a abrir la espita de las palabras para coincidir con ustedes en este momento exacto del espacio-tiempo. Ahí vamos, con los campos llenos de margaritas y lo colectivo lleno de las más espesas incertidumbres. Pero no se amilanen, no. Es primavera, y eso tiene que marcar un valor diferencial en el ambiente…

Pero la primavera, como el resto de las estaciones del año, no está exenta de momentos tristes. Y, entre ellos, les cuento que precisamente en estos días de primavera se nos ha muerto Arcadi Oliveres. Así, sin paliativos. Un referente entre los referentes, cuya lectura a mí me proporcionaba ya hace veinte años material, datos y reflexiones que luego yo utilizaba en esta y otras ventanitas al mundo, en charlas y hasta en alguna animada conversación delante de un café. Un referente, sí, al que hace unos meses visitó la enfermedad de forma agresiva, situándole en un camino inequívoco de preparación para la despedida. Un trance que él y su familia supieron articular bien de la mano de la web Paraules per a l’Arcadi. Allí todos los que hemos querido, y que de alguna manera tuvimos ocasión de seguir en algún momento al maestro, pudimos dejar nuestra reflexión y nuestro cariño. Personas a veces muy cercanas para él, muchos de sus antiguos alumnos, personas del movimiento asociativo y social y un buen número de ciudadanos que, sin haberle conocido personalmente, siguieron su obra y su discurso. En mi caso, tuve ocasión de escucharle dos o tres veces muy de cerca, en el marco de campañas y causas en las que tuve ocasión de trabajar, y muchas más a través de sus trabajos, escritos, conferencias y declaraciones.

Si tuviese que definir a Arcadi Oliveres con una sola palabra, creo que coincidiría con lo que de él expresan muchas de las personas, apenadas por su precoz marcha y agradecidas por su legado. Esa palabra es, sin duda, coherencia. Arcadi era coherente, de múltiples formas. Su pensamiento era, sin duda, coherente. Y su praxis, a la vez, coherente con el mismo. A partir de esa coherencia, Arcadi postulaba y defendía planteamientos difíciles de hallar en otras muchas personas. A mí la coherencia me parece la mayor de las virtudes, en tiempos en que se estila poco. Y si esta se combina con unos postulados racionalmente sólidos, el resultado de todo ello es verdaderamente mágico.

En estas mismas páginas he hablado yo muchas veces sobre guerras y conflictos, muchas veces trayendo a la palestra la genial frase de Arcadi sobre las causas de los mismos. A su juicio, estas podían ser de tres tipos: económicas, económicas y, muchas veces, también económicas. Algo que él conocía sólidamente por su condición de economista, investigador y profesor. Y algo que ha refrendado tantas veces una simple mirada ávida de conocimiento y exenta de prejuicio. Y es que sí, la ganancia económica para unos pocos muchas veces es el combustible, el comburente y la llama de una explosión anunciada. Es nuestro mundo. Es lo que hay.

Activista en mil causas, a Arcadi siempre se le encontraba donde su ciencia podía poner luz en ámbitos complejos con derivadas sobre los derechos socioeconómicos de las personas. Sin alharacas y sin pontificar, pero como docto ingrediente que aportaba credibilidad y ciencia a todo ello. En su estilo, que comparto. Sin hacer ruido. Arcadi fue presidente de Justicia y Paz, y desde ahí su lucha fue en pos de la paz.

En fin… que descanse precisamente en toda la paz que se merece, teniendo nuestro sincero afecto, y que seamos capaces de recoger su testigo. Ese es el reto, en días que me angustian porque esta columna empieza a parecerse demasiado a un obituario. ¿Será el signo de una época? O,… ¿no será que uno va cumpliendo una edad y, consecuentemente, asiste a la despedida de muchos de los que iban una o dos décadas por delante, de todos sus referentes? C’est la vie, amigos y amigas… Seamos conscientes de lo que tenemos porque, en nada, esto se acaba...