En menudo aprieto me podrían si, como ocurre a algunos entrevistados, me preguntasen cuál es la película que más me impactó, o de qué libro no me desprendería, etc., es decir, individualizar lo más en cualquier categoría. Y otro tanto me ocurre con la imagen gráfica reciente que me es imborrable. Durante tiempo tuve la de la niña vietnamita desnuda que corre llorando porque el napalm la ha abrasado; ocurrió en 1972, han pasado cuarenta y tantos años, y sé que la víctima Kim Phuc se salvó y actualmente vive en Canadá. Pero la imagen del niño sirio Aylan Kurdi bocabajo en una playa turca, ahogado en septiembre del 2015, cuando con su madre y otras once personas zozobró el bote en que intentaban llegar a territorio griego, y la instantánea del guardia turco que recoge el cuerpo exánime de la criatura serán difíciles de olvidar. Son fotos que tocan la fibra humana sin más. Ahora está muy de actualidad el abrazo de la voluntaria de la Cruz Roja Luna Reyes con el senegalés exhausto que se derrumba en la costa de Ceuta. Esta imagen se me avalora hoy porque hay desalmados que han injuriado a la chica con comentarios procaces que intencionadamente quiero olvidar a fuerza de elogiar el gesto de solidaridad.