En cuanto lo oí me dije, aquí hay tema. Todo viene de la visita que Diego hizo al taller donde le reparaban el coche y leyó escrito en la pared He hecho un pacto con Dios: Él no arregla coches y yo no hago milagros. En vez del cartelón con un desnudo femenino de mal gusto, tan frecuentes en talleres al uso, el propietario de éste había optado por una máxima —no sé si es habitual en ese gremio— que es todo un hallazgo humano y teológico. Dios, que todo lo llena y en todas partes está, respalda el proceder de obrero especializado en la mecánica de los automóviles aceptando el silente acuerdo de abstenerse de intervenir sobrenaturalmente —que podría hacerlo, pues el brazo de Dios no se ha encogido— y dejando manos libres al operario para que solucione el problema del coche, previendo éste de antemano que si la avería o el desperfecto es mayúsculo quizás no pueda repararlo, y allí no se hacen milagros. El proverbio del a Dios rogando, y con el mazo dando sintetiza al dedillo el valor del trabajo bien hecho: por descontado hay que tener en cuenta a Dios, y si cabe se ofrece ese trabajo, pero lo realizamos nosotros, los humanos, con toda la perfección y pericia de que somos capaces.