Las dos primeras acepciones de la palabra eternidad son: perpetuidad sin principio, sucesión sin fin; y duración dilatada de siglos y edades. La razón me permite imaginar el segundo significado mucho mejor que el primero. Con esto quiero decir que no alcanzo a representarme un tiempo sin principio ni fin, y sí, en cambio, un tiempo muy duradero, de siglos y edades. En todo caso, lo que quiero expresar con el título de esta reflexión es que para cada uno de nosotros la vida que vivimos es nuestra eternidad porque no hubo un antes de nuestra existencia, ni habrá un después de ella. Y, por eso, cualquier reflexión referida a una etapa concreta de nuestra eternidad es una parada en la marcha que tenemos emprendida.

Pero si lo que antecede es cierto, también lo es que no somos conscientes de lo insignificante que es para la eternidad el instante que vivimos. Lejos de ver esa reducidísima porción de tiempo como lo que es: un ápice de entrometimiento (entrada y salida) en la larga marcha de la humanidad, lo convertimos en un tiempo de la máxima relevancia porque es la única vida que vamos a tener.

La idea marcada con el número 1 de las 300 que conforman El Arte de la Prudencia de Baltasar Gracián (obra publicada en 1647) se titula Hoy todo ha logrado la perfección, pero ser una auténtica persona es la mayor. Y en ella dice Gracián: “Más se precisa hoy para ser sabio que antiguamente para formar siete, y más se necesita para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en el pasado”.

Este pensamiento, expresado en la mitad del siglo XVII, es un ejemplo de que lo que quiero expresar cuando hablo de un “alto en la eternidad”. Un pensador, autor de una obra que ha pasado a la posteridad, Baltasar Gracián, hace un alto en su eternidad y nos ofrece su opinión referida al tiempo en que fue emitida, dotándola de la utilidad de poder contrastarla con la que podríamos formarnos hoy a la vista de cómo ha ido evolucionando la sociedad. En las líneas que siguen voy a confrontar estos dos altos en el camino de la eternidad: el de entonces y el de hoy.

Para Gracián, en su “hoy” de entonces, “todo” había logrado su perfección. Si como escribió siglos después Antonio Machado “caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, el “hoy “ de Gracián era todo el camino andado por él hasta ese momento. Razón por la cual se comprende que considere que en ese alto en la eternidad que le está tocando vivir todo había logrado la perfección.

Me adhiero también sin reserva alguna a la afirmación de Gracián de que la mayor perfección era —y es, añado yo— “ser una auténtica persona”. Seguramente, habrá quienes se pregunten qué entendía Gracián por ser una auténtica persona. La mayor aproximación a este modelo ideal nos la ofrece el autor en la reflexión del número 175 Ser persona de sustancia, en donde dice, entre otras, “no son personas todas las que lo parecen: las hay de mentira, que piensan quimeras y producen engaños. Otros son sus semejantes: los apoyan y prefieren lo incierto de un embuste, por ser mucho, a lo incierto de una verdad, por ser poco”, añadiendo que “únicamente la verdad puede dar verdadero prestigio y únicamente la sustancia es útil. Un engaño necesita otros muchos y por eso todo el edificio es una quimera. Como se funda en el aire, necesariamente caerá en tierra”.

También es muy interesante el resto del pensamiento sobre el que venimos reflexionando. Permítanme que lo recuerde: “Más se precisa hoy para ser sabio —decía Gracián— que antiguamente para formar siete, y más se necesita para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en el pasado”.

Creo que se trata asimismo de una reflexión certera. Tiene razón cuando afirma que entonces se precisaba más para ser un sabio que para formar siete. Lo cual se debía al incesante aumento del conocimiento que venía produciéndose entonces que era nada más y nada menos que el denominado Siglo de Oro. Y también la tiene cuando se refiere a la mayor dificultad para tratar a un solo hombre de entonces, que estaba bien formado e informado, que para hacerlo con todo un pueblo, que en aquellos momentos debía ser bastante inculto e iletrado.

Llegados a este punto, muchos de ustedes se preguntarán qué diría hoy Gracián si viviendo en nuestro tiempo tuviera que valorar el camino que hemos andado hasta 2021. Si me permiten la osadía de ponerme en su lugar pienso que también vería el mundo de hoy como una realidad en la que se ha alcanzado una elevada perfección. Pero con una característica singular: es una realidad muy compartida, lejos de ser disfrutada solo por unos pocos, la globalización y la solidaridad no permiten que nadie se apropie en exclusiva de un bien tan valioso y que es de todos, como es el saber.

Soy asimismo de la opinión de que hoy, como siempre, ser una auténtica persona es la mayor de todas las perfecciones. Pero por eso mismo se trata de algo muy difícil de alcanzar, sobre todo porque no solo somos como creemos, sino también y en gran medida como nos ven los demás. Y ser una autentica persona para los demás es realmente difícil porque no suelen ser, con quien no lo merece, tan indulgentes como él mismo.

Finalmente, hoy se precisa mucho para ser sabio: tocamos mucho de oídas. Los más formados tienen un océano de conocimientos de un centímetro de profundidad y hay quien no acaba de entender que si bien la democracia da la libertad para expresar lo que deseemos, no opera el prodigio de convertir, sin más, en sabio a quien no lo es.