Lo pensé en cuanto oí la irreverente afirmación del que se mofaba de que una virgen —se estaba refiriendo a la Virgen María— había sido madre sin intervención de varón. “–A éste lo llevaba yo a Lourdes —estaba por los Pirineos, si no hubiese pensado en Fátima, más cercano— para que la Virgen le dé un toque y le quite la ceguera del racionalismo”. Además de la proximidad física a uno de los lugares de apariciones de la Virgen, posiblemente el más conocido que recibe al año tres millones de peregrinos, estaba la cercanía de la fiesta que cae este próximo viernes 11 de febrero. Con la imaginación vuelvo a Lourdes, a donde fui por primera vez en 1959, a la gruta de las apariciones, y a la impresionante iglesia, que conocí en el 2020, excavaba bajo la explanada. Sí, Lourdes impresiona. Pero a lo que iba. Han sido tantos los milagros autentificados en Lourdes, que conseguir que un descreído reciba el regalo de la fe está chupado, si es que hay disposiciones para ver que Dios todo lo puede, como que una joven virgen acepte ser madre de Dios. Quizás la lectura del Viaje a Lourdes de Alexis Carrel que allí acudió en 1903 tan descreído como mi interlocutor, puede valer de apoyo. Pero hay que confiar en que Dios lo puede todo.