No me gustan los puzles, no tengo paciencia, no se me dan bien, no me parece que haciéndolos esté aprovechando el tiempo. Ayer hice tres. La paciencia hay que trabajarla. Pero ya.

Una tarde en silencio, gozoso silencio, con el móvil apagado y las urgencias anuladas, las citas postergadas, la televisión en el limbo y las ventanas canceladas. Un rato. A la noche llega la libertad provisional, cerveza y serie en el sofá. Casi rima. Bendita rutina. Me gusta la rutina a condición de que no se repita mucho. No hay que fiarse de quien no cultiva paradojas, que si se las riega crecen adecuadamente. Crecen a nuestro lado y nos escoltan y hacen compañía hasta que se independizan y se van con otro u otra que las expande por ahí y exhibe como de su propia cosecha.

Se tiene a Chesterton por maestro de la paradoja (“toda generalización, incluida esta, es una estupidez”). Ahora, Fórcola ha editado un librito, Qué hay de nuevo, Chesterton, en el que Ricardo Moreno entresaca párrafos jugosos del autor y los replica o exhibe a modo de respuesta. Todo es un diálogo ingenioso y nutritivo apto para combatir la rutina. Para combatir también la rutina de los libros, un sector algo inflamado de novela negra, que no es que no nos gusten.

Es un crimen leer solo novela negra. Un cuento corto: la novela ha muerto. La novela negra perfecta: el lector está muerto y no lo sabe. El peor crimen que puede reflejar una novela es un argumento mal resuelto. Que un mayordomo asesino no escriba es un crimen. En cierto modo, la novela negra, y la blanca, es un puzle que hay que ir armando, averiguando, encajando. Pero también esas investigaciones tienen sus rutinas. Y paradojas. Esta tarde volveré a hacer un puzle. Desde que puzle se puede escribir también, u obligadamente, con una sola zeta son más fáciles de hacer. Puzle. Les han quitado complejidad, paradojas, sonido. Incluso una pieza. Volveré también a tomar una serie y a ver una cerveza. Paradójicamente.