Con más o menos frecuencia, yo ahora lo experimento en personas allegadas, nos codeamos con personas que padecen enfermedades como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), el Alzheimer, o padecen trastornos bipolares, o sufren un surménage prolongado, dolencias todas ellas que van reduciendo las capacidades físicas y mentales de estas personas. Es muy penoso ver que personas que en su plenitud eran perfectamente hábiles, algunas auténticas lumbreras, con una vitalidad y empuje envidiables, ahora se van empequeñeciendo y haciéndose dependiente en todo. Pero justamente en esa dependencia de los demás, de los suyos, de los que les rodean, se manifiesta más que nunca la humanidad de uno seres vivos y racionales que necesitan de los demás, al igual que en otros momentos vitales debieron, ellos y nosotros también, contar con otras manos y cabezas para sobrevivir. No olvidaré nunca cuando con mis brazos y manos recién quemados otras manos amigas me bañaban y me vestían. Es ley de vida, que somos sociables, y que los márgenes de la razón de esos enfermos se nos ocultan a veces, para que el servicio sea más desinteresado. Pero los especialistas nos afirman que estos pacientes siguen sintiendo y experimentando el cariño en esos los servicios que les prestamos, aunque no puedan expresarse, pero lo están viviendo.