El gusto reinante en un tiempo dado acerca de algo (arte, moda, música, literatura, etcétera) es un precipitado de factores varios y no viene a cuento descalificarlo en bloque. Sin embargo tampoco hay por qué evitar calificar esos factores. Pienso en la categoría “canción joven”, o sea, las que se escuchan en la docena de cadenas de radio-fórmula que copa la audiencia. El registro de las voces, da igual femeninas que masculinas, es quejumbroso, como de mimos, el fraseado apenas existe y la vocalización se come siempre consonantes (por ejemplo, ¿por qué? es siempre ¿po qué?). Las letras, en general vulgares e infantiloides (dicho sea con perdón de los infantes), replican una y otra vez unas pocas secuencias, amorosas en general, y la búsqueda de un ápice de ingenio fracasa casi siempre. Pero el problema está en que esa oferta responde a una clara demanda, al parecer generacional.