15 de octubre, queridos y queridas. Hay viento en las velas, y continuamos avanzando a buen ritmo en nuestro viaje compartido. Los días se suceden y, a partir de ellos, las semanas, los meses y las estaciones. Y aquí seguimos, a veces amarrados a la rueda del timón mientras el oleaje hace que la nave nos muestre toda su buena fábrica, bravura y valentía. En otros momentos, en cambio, una brisa suave y placentera nos mece, casi hasta nos arrulla, y todo se vuelve mágico. Es la vida, amigos y amigas, que en sus distintas facetas alternas nos cuida, nos vapulea y nos mejora.

En todo ese periplo lleva la Humanidad embarcada tres telediarios, si comparamos su devenir con el de la Pacha Mama que nos acoge. Y si nos fijamos, particularmente, en nuestra era, entonces la crónica no da ni para medio minuto. A veces hablamos de hechos pretéritos, y nos parece que son de los tiempos de Matusalén. Pero… no. ¿Se dan cuenta de lo rápido que se han sucedido los acontecimientos, particularmente en los últimos tiempos? La historia reciente es un mero rascazo superficial en la esfera de los tiempos y los aconteceres. Y nuestra actual forma de vida, en el más amplio sentido de la palabra, es en la línea cronológica del tiempo poco más que un neonato. Ténganlo en cuenta.

Desde el principio, sin embargo, hay problemas enquistados. Situaciones que no se superan. Aspectos nunca incluidos en la evolución de los hechos. Y la existencia de la pobreza —y, en particular, de la pobreza extrema— es uno de ellos. Por eso el título del artículo: “¿Conseguiremos superar la pobreza?” .Y, en particular, ¿conseguiremos mejorar la situación de aquellas personas cuyo horizonte vital viene marcado y condicionado gravemente por una situación de pobreza extrema? A preguntarme esto en voz alta dedico el artículo de hoy, en el contexto de la celebración de una nueva edición del día internacional para la erradicación de la pobreza extrema, pasado mañana 17 de octubre, auspiciado por Naciones Unidas desde que su Asamblea General lo declaró en su resolución 47/196 de 22 de diciembre de 1992, después de iniciativas como la de Wresinski en Francia.

Mi respuesta personal es que no lo sé. Y es que sería una audacia pronosticar que sí o que, por el contrario, la cosa irá a peor. Mimbres hay para la esperanza, y es verdad que con una mirada amplia, analizando las últimas décadas, existen muchos elementos para pensar que avanzamos en la buena dirección. No hay que olvidar que son muchos los territorios que, en tal período, han experimentado notables incrementos en su desarrollo, en particular en aquello relacionado con los servicios sociales básicos o en renta disponible. En tal sentido, cabe la esperanza.

Pero también hay elementos para la preocupación, o incluso para la desesperanza o para pensar que será difícil continuar tal mejora sostenida a nivel planetario. ¿Por qué? Pues porque tan pronto las cosas han ido regular, muchos de los programas que obtuvieron excelentes resultados fueron abandonados. O porque, debido a su vulnerabilidad, tales circunstancias adversas lastimaron más, precisamente, a aquellos con una peor situación de partida. Viendo el panorama actual, donde es evidente un problema de gestión de los recursos —y, particularmente, de la energía— a nivel mundial, y en el que es imprescindible una reflexión abierta y sin prejuicios sobre la forma de vida de los humanos y sus implicaciones a nivel planetario, o mucho cambian las cosas o se caerán de la agenda muchos de los elementos que nos han dado satisfacciones y optimismo en los últimos tiempos. De hecho, muchos indicadores han retrocedido ya, especialmente los relativos a igualdad y equidad.

No olvidemos que la pobreza no es solamente lo relativo a renta disponible. Ello viene entretejido con aspectos tan cruciales como la precariedad en la vivienda, las condiciones de trabajo peligrosas, un acceso desigual a la justicia, la falta de alimentos nutritivos, la falta de poder político y de democracia o un acceso desigual a la atención sanitaria y a una educación de calidad. Con todo ello, nuestro imaginario se ha de ensanchar, de forma que pensemos qué es verdaderamente pobreza y qué no, más allá de la monetización del concepto. Porque dependiendo de tu contexto, una determinada renta disponible será más o menos compatible con tal situación de pobreza. Se lo digo yo, que en primera persona he visto como personas en un determinado contexto con menor renta viven a veces mucho mejor, en términos generales, que otras en ambientes con mayor renta pero también con mucho más alta desprotección. Hay que entrar en los detalles y no quedarse con sesgos.

Lamento si les decepciona mi respuesta nada concluyente al no saber, vistos los factores en diferentes sentidos, cómo acabará de dirimirse la cuestión de la pobreza en el mundo. Pero una cosa sí que la tengo clara: o verdaderamente avanzamos en equidad y en justicia social, o el problema derivado de ello será un elemento muy desestabilizador —crítico, diría yo— en las hipotéticas sociedades del futuro. A lo largo de la Historia —y del presente-—hemos tenido sobrados ejemplos de ello. Pues… habrá que tomar nota de ello, obrar en consecuencia y… empezar a diseñar algo diferente. Y, por supuesto, más inclusivo. Y empezar por reivindicar una educación que contribuya a la idea de entender la existencia de la pobreza como algo que nos atañe a todos y a todas, y para lo que hay soluciones.