Pronto hará cuarenta años, queridos y queridas, desde que aquella pequeña casita vio la luz en el mágico e incomparable entorno de la Torre de Hércules. Corrían otros tiempos, y ni el Paseo Marítimo era una realidad, ni muchos de los elementos urbanos de la zona tampoco existían. Pero fue entonces, en 1985, cuando comenzó sigilosamente una andadura conjunta de personas que, motivadas por el servicio a los demás y horrorizadas por las condiciones en las que se desarrollaban las vidas de personas en situación de calle, pusieron en marcha el germen de la Asociación Sor Eusebia, todavía muy vigente en nuestra ciudad, y que conjuga día a día el verbo del cariño y la entrega. La idea, más allá del cobijo y el servicio, era proporcionar un hogar. Ese al que todos aspiramos, tan imprescindible y tan básico a la vez.

Paseando o haciendo deporte por la zona, en la que crecí y que siempre me fascinó, no hubo día en que no me llamase la atención la casita y sus habitantes. Más adelante tuve ocasión de conocer personalmente su labor. Y, muchos años más tarde, he tenido la oportunidad de acompañarles en algunos tramos de su camino, y conocer personalmente a alguno de sus impulsores y a muchos de sus colaboradores. A esa gran familia que empieza por todos y cada uno de sus residentes. Y siempre, desde entonces, me he sentido profundamente agradecido por esa labor iniciada por Carmen Losada, José Vicente Martínez Rico y Heliodoro Vicente. Por necesaria, por pertinente y por tomar una iniciativa tan importante, que luego sufriría una profunda metamorfosis, reubicación y ampliación, hasta llegar al día de hoy.

En otra vuelta de tuerca de la vida, comparto desde 2011 con ellos algunos desvelos, algunos ratos de toma de decisiones y unas cuantas alegrías. Algo que, hasta hace un par de días, era comandado por José Vicente Martínez Rico. Conocido por su faceta empresarial, a mí me ha tocado abordar con él otras cuitas y otros menesteres. Y puedo confesar que he sentido, a su lado, el influjo de una persona buena e ilusionada por ayudar a cambiar para bien la vida de los otros. Por darse, al tiempo que daba. Supongo que lo saben ya, pero el pasado fin de semana ha sido triste para la familia del Hogar. José Vicente falleció el sábado, de forma repentina e inesperada. Y la muerte, que ya no nos coge por sorpresa a quienes hemos tenido que lidiar una y otra vez con ella de forma cercana, se nos llevó a un maestro, un amigo y un Presidente.

Las personas en situación de calle necesitan el apoyo de la sociedad para revertir una situación terrible, muchas veces, crítica. Y soy de los que piensan que el grado de evolución de un grupo humano se mide, sobre todo, por su capacidad de dar respuesta a estas realidades. No tanto por el oropel o por lo más brillante y refulgente de los logros de tal grupo, sino por la potencia de poder entrar en el micromundo de quien se ha roto y, de una forma interdisciplinar, profesional y coordinada, buscarle una segunda oportunidad. O una tercera. O una cuarta... Y, en esto, el Hogar de Sor Eusebia ha ido evolucionando y se ha conformado como un recurso solvente, coherente y orientado a resultados, coordinado con otros. Un recurso más de los innumerables que existen hoy en una ciudad con una buena atención social, tanto en la esfera pública como en la privada.

Poco más puedo decir. Sirvan estas palabras de homenaje a los desvelos de José Vicente y de sus compañeros en aquella tarea, o a los promotores de otras iniciativas similares, que no cito porque me pasaría con creces del espacio máximo del que dispongo en esta columna. Pero no tengan duda: una sociedad con un mayor grado de equidad y justicia social es una sociedad mejor. Y una ciudad donde una parte de la población sufre exclusión es siempre mucho menos viable y vivible. Por eso es de agradecer cualquier iniciativa que vehicule inclusión, solidaridad y trabajo por los demás. Y eso está en el germen del Hogar. Y de muchos otros proyectos y realizaciones de personas, que en muchos casos me honro de haber podido conocer en algún momento de mi propio periplo vital.

Y a ti, José Vicente, gracias. Aún te veo haciendo planes animadamente con Ricardo Gómez Pico, el buen amigo que también nos dejó hace unos meses, construyendo el futuro del Hogar. Estoy seguro de que los mismos llegarán a buen puerto. Y que, siempre, permanecerá en él un sentimiento agradecido hacia ti, que los demás nos encargaremos de mantener y cuidar.